sábado, 15 de octubre de 2016

LAS CUEVAS DE BATU,EN KUALA LUMPUR, (MALASIA).

Las Cuevas de Batu en Kuala Lumpur. Majestuosas obras de la arquitectura india. Si deciden viajar por el sudeste asiático y han elegido Kuala Lumpur como una de las ciudades por visitar, no pueden perderse la posibilidad de ver un templo religioso ubicado en un paraje completamente distinto del que uno podría imaginar. A poco más de una decena de kilómetros saliendo de la gran urbe que significa la capital malaya nos encontramos con las famosas Cuevas de Batu. Llegar hasta allí es muy simple, ya que lo podremos hacer vía automóvil, tren o colectivo. No toma más de una hora acercarse al distrito de Gombak para encontrarse en el medio de colinas de piedra caliza y descubrir uno de los templos hindúes más importantes del mundo. Ustedes se estarán preguntando qué tienen de especial estas cuevas. Esa era la misma pregunta que me hacía sentado en el asiento de un vagón del tren que estaba dejando la estación central, megaconglomerado que reúne terminales de transporte, hoteles, oficinas, edificios residenciales y áreas de compras, con destino al norte. Mi llegada a este populoso país asiático se había realizado tres días antes con el propósito de participar de la entrega de los Premios Laureus, fundación que se encarga de promover el cambio y desarrollo social a través del deporte, y que realiza una notable tarea en todos los rincones del mundo con especial foco en niños y jóvenes. Entre miembros de esta academia encontramos algunos de los nombres más resonantes de la historia del deporte, como Nadia Comaneci, Jack Nicklaus, Edwin Moses, Boris Becker y Mark Spitz, así como también uno de los ídolos deportivos de mi juventud: Hugo Porta, que es el presidente del capítulo argentino y uno de los primeros miembros de Laureus. Conmovido por la oportunidad de rodearme y charlar personalmente con las luminarias del deporte mundial, fueron cuarenta y ocho horas inolvidables. Como tengo alma aventurera y soy hiperkinético, después de semejante programa estaba ya dispuesto a buscar no adrenalina, pero sí estímulos diferentes. Así me encontré una vez llegado a destino ante una gran escalera que ascendía y se perdía en el interior de esta estructura rocosa. Una gran estatua de más de 40 metros de altura representando a Murugan, hijo de Shiva, me invitaba a enfrentarme a los más de 250 escalones y conocer los diferentes templos. La roca, el verde de su vegetación, la temperatura de ese día, todo remitía a algo exótico y diferente. Ni hablar de las construcciones realizadas por la mano del hombre en un claro ejemplo de estilo dravidiano, encontrado mayormente en el sur de la India, uno de los tres tipos de arquitectura más importantes de la historia hindú. Todo esto sumado a los claros ejemplos de la fauna del lugar, representados por la innumerable cantidad de macacos que libremente se desplazaban por todos los rincones sin ningún tipo de timidez, siempre dispuestos a cometer una tropelía, y por los enormes murciélagos que surcaban los cielos del lugar (les aseguro que a los pocos minutos uno se acostumbra a ellos y terminan siendo parte natural del paisaje). Sin olvidarme de la compañía de cientos de peregrinos y visitantes que portan coloridos íconos y figuras, familias enteras y solitarios viajeros, como era mi caso en esa mañana. El esfuerzo de la subida rindió sus frutos y me encontré envuelto por el interior de la colina en un enorme espacio de altos techos, altares relucientes e intrincadas formaciones rocosas dispuesto a seguir sorprendiéndome. Nota de Iván de Pineda. LA NACION. Procesado por Jorge Luis Icardi. 15 de octubre de 2016.

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