martes, 30 de enero de 2018

Editorial: "El Muro de los Lamentos"

Una reportera escuchó hablar de un anciano judío que había estado yendo a orar al Muro de los Lamentos durante muchos años, todos los días, sin faltar uno. Así que fue para allí a comprobarlo.
Identificó al hombre fácilmente mientras se acercaba al Muro de los Lamentos.
Lo observó mientras oraba. Después de 45 minutos y cuando el viejito se estaba dando vuelta para irse, ella se acercó para hacerle una entrevista.
- Discúlpeme, señor. Soy Rebecca Smith, reportera . ¿Cuál es su nombre?.
- Morris Fishbein -respondió el hombre.
- ¿Cuánto tiempo ha venido usted señor, al Muro de los Lamentos?
- Alrededor de 60 años.
- ¡60 años! ¡Es asombroso! ¿Y por quién ó por qué reza?
- Rezo por la paz entre cristianos, judíos y musulmanes. Rezo porque terminen todas las guerras y los odios entre la gente. Rezo para que los niños crezcan como adultos responsables, amando a sus semejantes.
- ¿Y cómo se siente usted después de estos 60 años?
- Como si le hubiera estado hablando a una pared......

La gran vida en Nassau

Una cava con 250.000 vinos, el sueño cumplido de un bon vivant italiano.

Bajar por una pequeña escalera y descubrir una cava privada que cuenta con una colección de unas 250.000 botellas de vino ya es algo. Recorrer sus pequeños pasillos y llenarse la vista con las etiquetas más importantes del mundo, también.
Gracias a un cálculo matemático uno se da cuenta de que es imposible consumir estas botellas en una vida: a razón de una botella por día tardaríamos casi 650 años en agotar el stock.
A eso cabe agregar que la propiedad en donde se encuentra la cava sea tal vez uno de los mejores ejemplos de casas conservadas del centro de Nassau (un verdadero patrimonio histórico).

Cuál es la primera pregunta que a uno se le viene a la cabeza: ¿quién es el dueño de todo esto?
Pues muy bien, conozcan a Enrico Garzaroli, italiano de nacimiento y bon vivant por elección. Su historia en estos parajes se remonta a cuatro décadas en el tiempo.
Como buen amante de la navegación, llegó a estas islas persiguiendo un mar turquesa, un buen viento soplando por barlovento y la libertad del sol y la sal pegando en la cara.
Un buen amigo suyo lo esperaba en puerto para mostrarle las beldades de este lugar y hacer placentera su estada en tierra firme. De esta manera se encuentra una noche participando de una cena organizada por lady Dudley, propietaria de Graycliff. Entre copas y cigarros se tocaban los temas más variados esa noche: la actualidad de la economía, la realidad de la política mundial y algunos temas más mundanos.
En un momento de la noche la anfitriona mira fijamente a mi anfitrión en el presente y con una seguridad pasmosa le dice que está segura de que él va a ser el próximo dueño de la casa. A lo cual Enrico responde, ayudado por el coraje de unas copas de buen brandy, que es así y que cuando ella desee vender la propiedad no tiene más que contactarlo.
Pegamos un salto hacia el futuro y nos imaginamos a Enrico en su casa en la campiña italiana levantando el auricular del teléfono que suena.
-Enrico, cómo va. ¿Te acordás de esa noche en Nassau hace ya tiempo, de la casa y su dueña?
-Sí, sí, por supuesto. Gran noche, qué manera de ingerir alcohol, por Dios...
-¿Puede ser que le hayas prometido a lady Dudley que le ibas a comprar la casa cuando ella quisiera?
-Ehh... Tal vez.
- Bueno, está en venta y tengo la escritura para firmar.
De esta fortuita manera se hizo acreedor de la propiedad en la que no sólo vive y tiene un lindísimo hotel, también le agregó una fábrica de chocolates y una casa de armado de cigarros de gran vitola.

Hablar con él es como hacerlo con una persona que ha vivido cien vidas de una sola manera, como un verdadero epicúreo de la vida. Él es de esas personas que tienen como finalidad dejarse llevar con donaire por los derroteros de la vida y tratar de disfrutar al máximo de las oportunidades que se presenten. Por eso se le ve la cara de orgullo cuando me hace detener frente a una serie de estantes con botellas protegidas por un grueso cristal y un ancho candado.
Dentro, y en exhibición, se encuentra su pequeña colección dentro de su vastísima colección. Son las preferidas entre sus preferidas.
 Aquellas que pertenecen a añadas únicas e irrepetibles. Aquellas que un verdadero conocedor daría cualquier cosa por probar. Las tiene reservadas, me cuenta, para un momento mágico. Aquel que anuncie el crepúsculo de la vida. Ahí juntará a sus afectos más cercanos y organizará una verdadera bacanal como Dios manda.

Fuente: Iván de Pineda, para Revista La Nación, Buenos Aires, Argentina.

Fiebre amarilla

Nota informativa
Datos y cifras
La fiebre amarilla es una enfermedad vírica aguda, hemorrágica, transmitida por mosquitos infectados. El término "amarilla" alude a la ictericia que presentan algunos pacientes.
Los síntomas de la fiebre amarilla son: fiebre, cefaleas, ictericia, dolores musculares, náuseas, vómitos y cansancio.
Una pequeña proporción de pacientes infectados presentan síntomas graves, y aproximadamente la mitad de estos casos fallecen en un plazo de 7 a 10 días.
El virus es endémico en las zonas tropicales de África y de América Central y Sudamérica.
Desde el lanzamiento de la Iniciativa contra la Fiebre Amarilla, en 2006, se han hecho importantes avances en la lucha contra la enfermedad en África Occidental, y se han vacunado más de 105 millones de personas en campañas de vacunación en masa. En África Occidental no se han notificado brotes de fiebre amarilla en 2015.
Las grandes epidemias de fiebre amarilla se producen cuando el virus es introducido por personas infectadas en zonas muy pobladas, con gran densidad de mosquitos y donde la mayoría de la población tiene escasa o nula inmunidad por falta de vacunación. En estas condiciones, los mosquitos infectados transmiten el virus de una persona a otra.
La fiebre amarilla puede prevenirse con una vacuna muy eficaz, segura y asequible. Una sola dosis es suficiente para conferir inmunidad y protección de por vida, sin necesidad de dosis de refuerzo. La vacuna ofrece una inmunidad efectiva al 99% de las personas vacunadas en un plazo de 30 días.
Un buen tratamiento de apoyo en el hospital aumenta la tasa de supervivencia. No hay tratamiento antivírico específico para la fiebre amarilla.

Signos y síntomas
El periodo de incubación es de 3 a 6 días. Muchos casos son asintomáticos, pero cuando hay síntomas, los más frecuentes son fiebre, dolores musculares, sobre todo de espalda, cefaleas, pérdida de apetito y náuseas o vómitos. En la mayoría de los casos los síntomas desaparecen en 3 o 4 días.
Sin embargo, un pequeño porcentaje de pacientes entran a las 24 horas de la remisión inicial en una segunda fase, más tóxica. Vuelve la fiebre elevada y se ven afectados varios órganos, generalmente el hígado y los riñones. En esta fase son frecuentes la ictericia (color amarillento de la piel y los ojos, hecho que ha dado nombre a la enfermedad), el color oscuro de la orina y el dolor abdominal con vómitos. Puede haber hemorragias orales, nasales, oculares o gástricas. La mitad de los pacientes que entran en la fase tóxica mueren en un plazo de 7 a 10.
El diagnóstico de la fiebre amarilla es difícil, sobre todo en las fases tempranas. En los casos más graves puede confundirse con el paludismo grave, la leptospirosis, las hepatitis víricas (especialmente las formas fulminantes), otras fiebres hemorrágicas, otras infecciones por flavivirus (por ejemplo, el dengue hemorrágico) y las intoxicaciones.
En las fases iniciales de la enfermedad a veces se puede detectar el virus en la sangre mediante la reacción en cadena de la polimerasa con retrotranscriptasa. En fases más avanzadas hay que recurrir a la detección de anticuerpos mediante pruebas de ELISA o de neutralización por reducción de placa.

Poblaciones en riesgo
Hay 47 países: de África (34) y América Central y Sudamérica (13) en los que la enfermedad es endémica en todo el país o en algunas regiones. Con un modelo basado en fuentes africanas de datos, se ha estimado que en 2013 hubo entre 84.000 y 170.000 casos graves y entre 29.000 y 60.000 muertes.
Ocasionalmente, quienes viajan a países donde la enfermedad es endémica pueden importarla a países donde no hay fiebre amarilla. Para evitar estos casos importados, muchos países exigen un certificado de vacunación antes de expedir visados, sobre todo cuando los viajeros proceden de zonas endémicas.
En los siglos XVII a XIX, la exportación de la fiebre amarilla a Norteamérica y Europa causó grandes brotes que trastornaron la economía y el desarrollo, y en algunos casos diezmaron la población.

Transmisión
El virus de la fiebre amarilla es un arbovirus del género Flavivirus transmitido por mosquitos de los géneros Aedes y Haemogogus . Las diferentes especies de mosquitos viven en distintos hábitats. Algunos se crían cerca de las viviendas (domésticos), otros en el bosque (salvajes), y algunos en ambos hábitats (semidomésticos).
Hay tres tipos de ciclos de transmisión:
1). Fiebre amarilla selvática: En las selvas tropicales lluviosas, los monos, que son el principal reservorio del virus, son picados por mosquitos salvajes que transmiten el virus a otros monos. Las personas que se encuentren en la selva pueden recibir picaduras de mosquitos infectados y contraer la enfermedad.
2). Fiebre amarilla intermedia: En este tipo de transmisión, los mosquitos semidomésticos (que se crían en la selva y cerca de las casas) infectan tanto a los monos como al hombre. El aumento de los contactos entre las personas y los mosquitos infectados aumenta la transmisión, y puede haber brotes simultáneamente en muchos pueblos distintos de una zona. Este es el tipo de brote más frecuente en África.
3). Fiebre amarilla urbana: Las grandes epidemias se producen cuando las personas infectadas introducen el virus en zonas muy pobladas, con gran densidad de mosquitos y donde la mayoría de la población tiene escasa o nula inmunidad por falta de vacunación. En estas condiciones, los mosquitos infectados transmiten el virus de una persona a otra.

Tratamiento
La instauración temprana de un buen tratamiento de apoyo en el hospital aumenta la tasa de supervivencia. No hay tratamiento antivírico específico para la fiebre amarilla, pero el desenlace mejora con el tratamiento de la deshidratación, la insuficiencia hepática y renal y la fiebre. Las infecciones bacterianas asociadas pueden tratarse con antibióticos.

Prevención
1). Vacunación: La vacunación es la medida más importante para prevenir la fiebre amarilla. Para prevenir las epidemias en zonas de alto riesgo con baja cobertura vacunal es fundamental que los brotes se identifiquen y controlen rápidamente mediante la inmunización. Para prevenir la transmisión en regiones afectadas por brotes de fiebre amarilla es importante que se vacune a la mayoría de la población en riesgo (80% o más).
Para evitar brotes se utilizan varias estrategias de vacunación: inmunización sistemática de los lactantes; campañas de vacunación en masa para aumentar la cobertura en países en riesgo, y vacunación de quienes viajen a zonas donde la enfermedad es endémica.
La vacuna contra la fiebre amarilla es segura y asequible, y una sola dosis es suficiente para conferir protección de por vida, sin necesidad de dosis de recuerdo.
Se han descrito casos raros de efectos colaterales graves de la vacuna. Las tasas de eventos adversos graves tras la vacunación, cuando la vacuna produce alteraciones hepáticas, renales o del sistema nervioso, oscilan entre 0,4 y 0,8 por 100.000 personas vacunadas. El riesgo aumenta en los mayores de 60 años y en los pacientes con trastornos del timo o inmunodeprimidos por VIH/sida sintomático u otras causas. Antes de administrar la vacuna a mayores de 60 años hay que evaluar bien los beneficios y los riesgos.
Las personas habitualmente excluidas de la vacunación son:
los menores de 9 meses, excepto durante las epidemias, situación en la que también se deben vacunar los niños de 6-9 meses en zonas con alto riesgo de infección;
las embarazadas, excepto durante los brotes de fiebre amarilla, cuando el riesgo de infección es alto;
las personas con alergia grave a las proteínas del huevo, y
las personas con trastornos del timo o inmunodeficiencias graves debidas a infección sintomática por VIH/SIDA u otras causas.
De conformidad con el Reglamento Sanitario Internacional (RSI), los países tienen derecho a exigir a los viajeros que presenten un certificado de vacunación contra la fiebre amarilla. En caso de que haya motivos médicos para no administrar la vacuna, dichos motivos deben ser certificados por la autoridad competente.
El RSI es un instrumento jurídicamente vinculante para detener la propagación de enfermedades infecciosas y otras amenazas para la salud. La exigencia del certificado de vacunación a los viajeros queda a discreción de los Estados Partes, y no todos los países lo exigen.
2). Control de los mosquitos: El riesgo de transmisión de la fiebre amarilla en zonas urbanas puede reducirse eliminando los posibles lugares de cría de mosquitos y aplicando larvicidas a los contenedores de agua y a otros lugares donde haya aguas estancadas. La fumigación de insecticidas para matar los mosquitos adultos durante las epidemias urbanas puede contribuir a reducir el número de mosquitos y, por consiguiente, las potenciales fuentes de transmisión de la fiebre amarilla.
Las campañas de control de los mosquitos han tenido éxito para eliminar Aedis aegypti, el vector de la fiebre amarilla urbana, en la mayor parte de América Central y Sudamérica. Sin embargo, el mosquito ha vuelto a colonizar zonas urbanas de la región, con la consiguiente reaparición del riesgo de fiebre amarilla urbana. Los programas de control de los mosquitos salvajes en las zonas boscosas no son prácticos para prevenir la trasmisión selvática de la enfermedad.

Alerta y respuesta ante epidemias
La detección rápida de la fiebre amarilla y la respuesta inmediata con campañas de vacunación de emergencia son esenciales para controlar los brotes. Sin embargo, la subnotificación es preocupante; se calcula que el verdadero número de casos es 10 a 250 veces mayor que el número de casos notificados en la actualidad.
La OMS recomienda que todos los países en riesgo dispongan al menos de un laboratorio nacional en el que se puedan realizar análisis de sangre básicos para detectar la fiebre amarilla. Un caso confirmado debe considerarse como brote en una población no vacunada, y debe ser investigado exhaustivamente en cualquier contexto, y en particular en zonas donde la mayoría de la población haya sido vacunada. Los equipos de investigación deben evaluar los brotes y responder a ellos con medidas de emergencia y con planes de inmunización a más largo plazo.

Fuente: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs100/es/

Jorge Cafrune - Zamba de mi esperanza

Jorge Antonio Cafrune: Perico, provincia de Jujuy, 8 de agosto de 1937 - Benavídez, provincia de Buenos Aires, Argentina, 1 de febrero de 1978, apodado "el Turco", fue uno de los cantantes folclóricos argentinos más populares de su tiempo, además de un incansable investigador, recopilador y difusor de la cultura nativa.
Padre de Yamila Cafrune, Victoria Cafrune, Zorayda Delfina Cafrune, Eva Encarnación Cafrune, Facundo Cafrune y Macarena Cafrune.
https://youtu.be/eP1kaJexkgI

PARA AYUDAR A UNA PERSONA CIEGA

Una persona con discapacidad visual puede manejarse con independencia como cualquier otra para desplazarse, viajar, estudiar, trabajar y desenvolverse en su vida personal. Sólo requiere ayudas puntuales. Aquí te contamos algunas formas de ayudar de manera correcta:
-Si te cruzas con una persona ciega parada en una esquina, preguntale si necesita ayuda.

-Para cruzar la calle u orientarle hacia algún sitio, ofrecele tu brazo o tu hombro. No la sujetes ni la empujes delante tuyo.

-Si encontrás una persona ciega esperando un transporte público, preguntale cuál desea tomar. Para ayudarla a subir, sólo es necesario que le ubiques su mano en el pasamanos. No sujetes ni levantes a la persona.

-Para subir a un automóvil, colocá su mano en la puerta. -Para indicarle un asiento, acercá su mano al respaldo del mismo. Ante una escalera, indicale si esta sube o baja, al mismo tiempo que colocas su mano en la baranda.

-Para orientar a una persona ciega, no utilices señas, gestos, ni palabras como "allá"� o "ahí"�,. Usá palabras como "izquierda"�, "derecha"�, "atrás"� o "adelante"�.

-Para dirigirse a una persona ciega, hablá directamente con ella, no a través de terceros. -Hablá naturalmente. No evites palabras como "ciego"�, "ver"�, etc.

POR SOBRE TODO: no tengas miedo!. Creemos que cuanto mayor sea el acceso a la información, mejor conviviremos con la diversidad!

Prof. Silvana Crudo

Los Pocillos

Los pocillos eran seis: dos rojos, dos negros, dos verdes, y además importados, irrompibles, modernos. Habían llegado como regalo de Enriqueta, en el último cumpleaños de Mariana, y desde ese día el comentario de cajón había sido que podía combinarse la taza de un color con el platillo de otro.
"Negro con rojo queda fenomenal", había sido el consejo estético de Enriqueta.
Pero Mariana, en un discreto rasgo de independencia, había decidido que cada pocillo sería usado con su plato del mismo color.
"El café ya está pronto. ¿Lo sirvo?", preguntó Mariana.
La voz se dirigía al marido, pero los ojos estaban fijos en el cuñado. Este parpadeó y no dijo nada, pero José Claudio contestó: "Todavía no. Esperá un ratito. Antes quiero fumar un cigarrillo." Ahora sí ella miró a José Claudio y pensó, por milésima vez, que aquellos ojos no parecían de ciego.
La mano de José Claudio empezó a moverse, tanteando el sofá. "¿Qué buscás?", preguntó ella. "El encendedor." "A tu derecha." La mano corrigió el rumbo y halló el encendedor. Con ese temblor que da el continuado afán de búsqueda, el pulgar hizo girar varias veces la ruedita, pero la llama no apareció. A una distancia ya calculada, la mano izquierda trataba infructuosamente de registrar la aparición del calor. Entonces Alberto encendió un fósforo y vino en su ayuda. "¿Por qué no lo tirás?" dijo, con una sonrisa que, como toda sonrisa para ciegos, impregnaba también las modulaciones de la voz. "No lo tiro porque le tengo cariño. Es un regalo de Mariana."
Ella abrió apenas la boca y recorrió el labio inferior con la punta de la lengua. Un modo como cualquier otro de empezar a recordar. Fue en marzo de 1953, cuando él cumplió 35 años y todavía veía. Habían almorzado en casa de los padres de José Claudio, en Punta Gorda, habían comido arroz con mejillones, y después se habían ido a caminar por la playa. El le había pasado un brazo por los hombros y ella se había sentido protegida, probablemente feliz o algo semejante. Habían regresado al apartamento y él la había besado lentamente, morosamente, como besaba antes. Habían inaugurado en encendedor con un cigarrillo que fumaron a medias.
Ahora el encendedor ya no servía. Ella tenía poca confianza en los conglomerados simbólicos, pero, después de todo, ¿qué servía aún de aquella época?
"Este mes tampoco fuiste al médico", dijo Alberto.
"No."
"¿Querés que te sea sincero?"
"Claro."
"Me parece una idiotez de tu parte."
"¿Y para qué voy a ir? ¿Para oirle decir que tengo una salud de roble, que mi hígado funciona admirablemente, que mi corazón golpea con el ritmo debido, que mis intestinos son una maravilla? ¿Para eso querés que vaya? Estoy podrido de mi notable salud sin ojos."
En la época anterior a la ceguera, José Claudio nunca había sido un especialista en la exteriorización de sus emociones, pero Mariana no se ha olvidado de cómo era ese rostro antes de adquirir esta tensión, este resentimiento. Su matrimonio había tenido buenos momentos, eso no podía ni quería ocultarlo. Pero cuando estalló el infortunio, él se había negado a valorar su amparo, a refugiarse en ella. Todo su orgullo se concentró en un silencio terrible, testarudo, un silencio que seguía siendo tal, aún cuando se rodeara de palabras. José Claudio había dejado de hablar de sí.
"De todos modos debería ir", apoyó Mariana. "Acordate de lo que siempre te decía Menéndez."
"Cómo no, que me acuerdo: Para Usted No Está Todo Perdido. Ah, y otra frase famosa: La Ciencia No Cree En Milagros. Yo tampoco creo en milagros."
"¿Y por qué no aferrarte a una esperanza? Es humano."
"¿De veras?" Habló por el costado del cigarrillo.
Se había escondido en sí mismo. Pero Mariana no estaba hecha para asistir, simplemente para asistir, a un reconcentrado. Mariana reclamaba otra cosa. Una mujercita para ser exigida con mucho tacto, eso era. Con todo, había bastante margen para esa exigencia; ella era dúctil. Toda una calamidad que él no pudiese ver; pero esa no era la peor desgracia. La peor desgracia era que estuviese dispuesto a evitar, por todos los medios a su alcance, la ayuda de Mariana. El menospreciaba su protección. Y Mariana hubiera querido -sinceramente, cariñosamente, piadosamente- protegerlo.
Bueno, eso era antes; ahora no. El cambio se había operado con lentitud. Primero fue un decaimiento de la ternura. El cuidado, la atención, el apoyo, que desde el comienzo estuvieron rodeados de un halo constante de cariño, ahora se habían vuelto mecánicos. Ella seguía siendo eficiente, de eso no cabía duda, pero no disfrutaba manteniéndose solícita. Después fue un temor horrible frente a la posibilidad de una discusión cualquiera. El estaba agresivo, dispuesto siempre a herir, a decir lo más duro, a establecer su crueldad sin posible retroceso. Era increíble cómo hallaba a menudo, aún en las ocasiones menos propicias, la injuria refinadamente certera, la palabra que llegaba hasta el fondo, el comentario que marcaba a fuego. Y siempre desde lejos, desde muy atrás de su ceguera, como si ésta oficiara de muro de contención para el incómodo estupor de los otros.
Alberto se levantó del sofá y se acercó al ventanal.
"Que otoño desgraciado", dijo, "¿Te fijaste?" La pregunta era para ella.
"No", respondió José Claudio. "Fijate vos por mí."
Alberto la miró. Durante el silencio, se sonrieron. Al margen de José Claudio, y sin embargo, a propósito de él. De pronto Mariana supo que se había puesto linda.
Siempre que miraba a Alberto se ponía linda. El se lo había dicho por primera vez la noche del 23 de abril del año pasado, hacía exactamente un año y ocho días: una noche en que José Claudio le había gritado cosas muy feas, y ella había llorado, desalentada, torpemente triste, durante horas y horas, es decir, hasta que había encontrado el hombro de Alberto y se había sentido comprendida y segura. ¿De dónde extraería Alberto esa capacidad para entender a la gente? Ella estaba con él, o simplemente lo miraba, y sabía de inmediato que él la estaba sacando del apuro. "Gracias", había dicho entonces. Y todavía ahora la palabra llegaba a sus labios directamente desde su corazón, sin razonamientos intermediarios, sin usura. Su amor hacia Alberto había sido en sus comienzos gratitud, pero eso (que ella veía con toda nitidez) no alcanzaba a depreciarlo. Para ella, querer había sido siempre un poco agradecer y otro poco provocar la gratitud. A José Claudio, en los buenos tiempos, le había agradecido que él, tan brillante, tan lúcido, tan sagaz, se hubiera fijado en ella, tan insignificante. Había fallado en lo otro, en eso de provocar la gratitud, y había fallado tan luego en la ocasión más absurdamente favorable, es decir, cuando él parecía necesitarla más.
A Alberto, en cambio, le agradecía el impulso inicial, la generosidad de ese primer socorro que la había salvado de su propio caos, y, sobre todo, ayudado a ser fuerte. Por su parte, ella había provocado su gratitud, claro que sí. Porque Alberto era un alma tranquila, un respetuoso de su hermano, un fanático del equilibrio, pero también, y en definitiva, un solitario. Durante años y años, Alberto y ella habían mantenido una relación superficialmente cariñosa, que se detenía con espontánea discreción en los umbrales del tuteo y sólo en contadas ocasiones dejaba entrever una solidaridad algo más profunda. Acaso Alberto envidiara un poco la aparente felicidad de su hermano, la buena suerte de haber dado con una mujer que él consideraba encantadora. En realidad, no hacía mucho que Mariana había obtenido a confesión de que la imperturbable soltería de Alberto se debía a que toda posible candidata era sometida a una imaginaria y desventajosa comparación.
"Y ayer estuvo Trelles", estaba diciendo José Claudio, "a hacerme la clásica visita adulona que el personal de la fábrica me consagra una vez por trimestre. Me imagino que lo echarán a la suerte y el que pierde se embroma y viene a verme."
"También puede ser que te aprecien", dijo Alberto, "que conserven un buen recuerdo del tiempo en que los dirigías, que realmente estén preocupados por tu salud. No siempre la gente es tan miserable como te parece de un tiempo a esta parte."
"Qué bien. Todos los días se aprende algo nuevo." La sonrisa fue acompañada de un breve resoplido, destinado a inscribirse en otro nivel de ironía.
Cuando Mariana había recurrido a Alberto en busca de protección, de consejo, de cariño, había tenido de inmediato la certidumbre de que a su vez estaba protegiendo a su protector, de que él se hallaba tan necesitado de amparo como ella misma, de que allí, todavía tensa de escrúpulos y quizás de pudor, había una razonable desesperación de la que ella comenzó a sentirse responsable. Por eso, justamente, había provocado su gratitud, por no decírselo con todas las letras, por simplemente dejar que él la envolviera en su ternura acumulada de tanto tiempo atrás, por sólo permitir que él ajustara a la imprevista realidad aquellas imágenes de ella misma que había hecho transcurrir, sin hacerse ilusiones, por el desfiladero de sus melancólicos insomnios. Pero la gratitud pronto fue desbordada. Como si todo hubiera estado dispuesto para la mutua revelación, como si sólo hubiera faltado que se miraran a los ojos para confrontar y compensar sus afanes, a los pocos días lo más importante estuvo dicho y los encuentros furtivos menudearon. Mariana sintió de pronto que su corazón se había ensanchado y que el mundo era nada más que eso: Alberto y ella.
"Ahora sí podés calentar el café", dijo José Claudio, y Mariana se inclinó sobre la mesita ratona para encender el mecherito. Por un momento se distrajo contemplando los pocillos. Sólo había traído tres, uno de cada color. Le gustaba verlos así, formando un triángulo.
Después se echó hacia atrás en el sofá y su nuca encontró lo que esperaba: la mano cálida de Alberto, ya ahuecada para recibirla. Qué delicia, Dios mío. La mano empezó a moverse suavemente y los dedos largos, afilados, se introdujeron por entre el pelo. La primera vez que Alberto se había animado a hacerlo, Mariana se había sentido terriblemente inquieta, con los músculos anudados en una dolorosa contracción que le había impedido disfrutar de la caricia.
Ahora no. Ahora estaba tranquila y podía disfrutar. Le parecía que la ceguera de José Claudio era una especie de protección divina.
Sentado frente a ellos, José Claudio respiraba normalmente, casi con beatitud. Con el tiempo, la caricia de Alberto se había convertido en una especie de rito y, ahora mismo, Mariana estaba en condiciones de aguardar el movimiento próximo y previsto. Como todas las tardes, la mano acarició el pescuezo, rozó apenas la oreja derecha, recorrió lentamente la mejilla y el mentón. Finalmente se detuvo sobre los labios entreabiertos. Entonces ella, como todas las tardes, besó silenciosamente aquella palma y cerró por un instante los ojos. Cuando los abrió, el rostro de José Claudio era el mismo. Ajeno, reservado, distante. Para ella, sin embargo, ese momento incluía siempre un poco de temor. Un temor que no tenía razón de ser, ya que en el ejercicio de esa caricia púdica, riesgosa, insolente, ambos habían llegado a una técnica tan perfecta como silenciosa.
"No lo dejes hervir", dijo José Claudio.
La mano de Alberto se retiró y Mariana volvió a inclinarse sobre la mesita. Retiró el mechero, apagó la llamita con la tapa de vidrio, llenó los pocillos directamente desde la cafetera.
Todos los días cambiaba la distribución de los colores. Hoy sería el verde para José Claudio, el negro para Alberto, el rojo para ella. Tomó el pocillo verde para alcanzárselo a su marido, pero antes de dejarlo en sus manos, se encontró con la extraña, apretada sonrisa. Se encontró además, con unas palabras que sonaban más o menos así:
"No, querida. Hoy quiero tomar en el pocillo rojo".

Mario Benedetti

jueves, 4 de enero de 2018

4 de enero: Día Mundial del Sistema Braille

El Día Mundial del Sistema Braille es celebrado el 4 de enero todos los años. Se trata de un día de concienciación social para aumentar la integración de las personas que no pueden ver en la sociedad, sin ningún tipo de discriminación.

Origen: El Día Mundial del Braille surgió en noviembre del año 2000, cuando la Unión Mundial de Ciegos convirtió este día en su celebración, coincidiendo con el recuerdo de la fecha de nacimiento en 1809 del creador del sistema de escritura y de lectura táctil, Louis Braille.

Braille: El Sistema Braille es un sistema de comunicación basado en la combinación de seis puntos, los cuales se encuentran ordenados en dos columnas de tres cada una, como si fuera la representación del número 6 de una ficha de dominó. Dichos puntos pueden ser percibidos fácilmente con la yema del dedo.
Del mismo modo este sistema puede ser utilizado para escribir y formar palabras utilizando los puntos en relieve.

El Sistema Braille se ha convertido en una herramienta muy valiosa para las personas que no pueden ver así como para las personas sordociegas. Gracias a los avances y a la tecnología existen diversas formas de comunicación que ayudan y facilitan la misma.
La Línea Braille permite el acceso a la informática y a internet. Se trata de un dispositivo electrónico el cual facilita la salida de contenido en código braille desde otro dispositivo, brindando a la persona ciega la información que le entrega la máquina.
El Teclado Braille es un dispositivo electrónico que se encuentra conectado a otro dispositivo, permitiendo la introducción de código braille. Están formados por 6 u 8 teclas repartiéndose entre una tecla de espacio y teclas auxiliares. Las teclas principales permiten la escritura en braille de 6 u 8 puntos dependiendo del dispositivo.

¿Qué se hace este día?
Se trata de un día en el que cada vez más las administraciones apoyan y realizan diversas actividades para eliminar las barreras que en muchos casos limitan la vida normal de las personas ciegas o con reducida visión.
Suelen realizarse diversos congresos en los que los asistentes podrán conocer las características de las personas que no pueden ver, así como su desarrollo en la vida de hoy. Son analizados diversos aspectos que deberían de mejorarse y adaptarse con el sistema braille para que los ciegos pudieran realizar muchas cosas que hoy en día no pueden hacer.

Cada vez más el sistema braille es instalado en muchas aplicaciones, aunque todavía queda mucho camino por recorrer para que sea efectivo y real para todas aquellas personas que lo necesitan.
También se realizan diversos actos en los que los asistentes pueden aprender el sistema braille y así comunicarse con todas aquellas personas que utilizan este método. Además podrán conocer de primera mano las opiniones de personas que lo utilizan cada día para comunicarse con los suyos,
siendo su propio medio de comunicación escrita con los demás ya sean ciegos o sordos.


Fuente: http://www.dia-de.com/braille/