En un centro invernal de Utah nos animamos al bobsleigh para sentir el espíritu olímpico. La pregunta caía de madura: ¿realmente vamos a hacer esta locura? No me parecía correcto, tal vez por la edad a la que estamos llegando y el no tan anhelado estado físico. Nos mirábamos con mis amigos... Éramos tres alegres viajeros a los que de repente les pintó transformarnos en atletas olímpicos por tan sólo unos minutos.
Muchos habrán visto la película de 1994 llamada Cool Runnings, o Jamaica bajo 0 por nuestras latitudes. En ese film basado en hechos reales, cuatro intrépidos jamaiquinos se convierten en la sensación de los Juegos Olímpicos por practicar uno de los deportes más vertiginosos de las disciplinas de invierno: el bobsleigh. Esta es, junto al luge y el skelton, una variante de descenso en trineo. A diferencia de las dos últimas -la primera se realiza en solitario o en pareja y la segunda solamente de manera individual-, el bobsleigh es en equipos de hasta cuatro integrantes.En este caso, nosotros tres más un piloto que se encargaba de comandar el trineo. Todo lo que nos rodeaba era increíble. Las montañas contrastaban con el perfecto cielo azul, cubiertas del famoso powder o nieve en polvo que hace las delicias de los miles de amantes del esquí que se acercan todos los años para practicar su querido deporte en uno de los centros más grandes del mundo, Park City Mountain Resort, en la ciudad de Park City, en el estado de Utah, Estados Unidos.
Esta ciudad que supo ser una verdadera urbe minera, donde prácticamente en su Main Street (calle principal) lo único que había eran bares y burdeles y que estuvo a punto de desaparecer -llegó a transformarse en un lugar fantasma-, hoy es una vibrante y agradable urbe llena de vida, con una interesante oferta gastronómica y cultural. De hecho fue el lugar elegido por Robert Redford para crear su ya mítico Sundance Film Festival, que tiene como centro el famoso Egyptian Theatre. El instructor nos juntó a los tres y nos presentó al cuarto integrante de este inverosímil equipo. Ex miembro del equipo olímpico del país, con pelo hasta los hombros y una más que segura actitud, nos miraba como pensando cómo Dios le había puesto enfrente a semejante hatajo de individuos. Nosotros, con cara de santurrones, lo mirábamos embelesados, claro, era nuestra llave a la gloria. Vestidos adecuadamente para la ocasión y con cascos bajo nuestros brazos, escuchamos los datos técnicos. Casi 1400 metros de longitud, más de diez curvas y una velocidad que podría superar los 120 kilometros por hora. Ante cada dato, una sonrisa se nos marcaba en los rostros y les puedo asegurar que no era sólo producida por la alegría. Creo, y hablo por mis compas, que teníamos también una especie de vacío estomacal ante el reto. Sabiendo que esa tarde había otros dos equipos provenientes de otros países, estábamos dispuestos a dejar la bandera bien alta y vender cara nuestra piel. Nos mirábamos a los ojos y nos dábamos fuerzas como si realmente compitiéramos por algo importante, palabras de aliento salían de nuestras bocas. Nos palmeábamos los hombros con gestos de ahora sí, esta es nuestra, vamos loco con todo. Repasábamos nuestras condiciones físicas para saber qué posición tomar en el trineo y quiénes eran los dos que teníamos que ponerlo en marcha ya que ahí prácticamente estaba la llave de la victoria. Y así, con mucha convicción y concentración, nos lanzamos a la pista al grito de ¡aguante c..o! para pulverizar el tiempo rival en una especie de pseudomística olímpica.
Nota de Iván de Pineda. LA NACION
10 de octubre de 2016
(Procesado por Jorge Luis Icardi...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario