martes, 30 de octubre de 2018

RECETA DE TORTITAS NEGRAS.

Tortitas negras

Ingredientes:
200grs. de manteca fría,
9 cucharadas de azúcar,
18 cucharadas de leche fría (aproximadamente)
Esencia de vainilla,
350 grs. aproximados de harina leudante,
250grs. De azúcar negra.
 
Preparación:
Colocar en un bowl la harina leudante, espolvoreándole alternativamente el azúcar blanca. Formar un hueco en el centro y agregar en pedacitos chicos la manteca bien fría, que a la vez se la va cubriendo de a poco con la harina (para que no se pegotee) utilizando una espátula plástica hasta conseguir un graneado.
Incorporar a la leche la esencia de vainilla, y de esta forma, ir agregándola de a poco a la preparación anterior. Verificar que se vaya uniendo bien antes de poner toda la leche. Cuando se advierta más o menos unida amasar con las manos ligeramente hasta que se encuentre bien lisa.
Agarrar porciones y formar rollos de 2 a 3cm. De diámetro; envolverlos en papel manteca o film separados y dejarlos descansar en la heladera 40 minutos. Retirar y cortar los rollos del ancho de un dedo; pintar la cara superior con leche y espolvorear el azúcar negra sobre ellos. Colocarlos en una fuente ligeramente enmantecada.
Hornear en horno suave a moderado entre 10 y 13 minutos, dependiendo del horno. Estarán listos cuando al tocarlos se desprendan de la placa.   

 

 Y ahora a disfrutarlos en tre amigos…¡GUP!

sábado, 27 de octubre de 2018

COMOLUCHAR CONTRA LA PROCRASTINACIÓN.

Cómo luchar contra la procrastinación, ese mal de nuestro tiempo. Hace rato que pasó fin de año y seguramente en ese tiempo comenzaron a esfumarse nuestras resoluciones para cambiar esto y aquello en nuestra vida. Ni qué hablar de las listas de trabajo que se nos acumulan día tras día con la promesa de que por fin vamos a cumplir plazos y objetivos. Pero no: no los cumplimos y caemos una y otra vez en la famosa procrastinación que, como todo latino sabe, viene de pro (hacia) y cras o crastinus (mañana). ¿Será que la ciencia puede ayudarnos frente a este mal de nuestros tiempos? Al menos la procrastinación es un objeto de estudio de la psicología, que la define como "retrasar voluntariamente un curso de acción prefijado pese a la expectativa de que este retraso puede traer consecuencias negativas". Muchas palabras para lo que todos conocemos. Se la ha asociado con el estrés y la ansiedad, con la impulsividad, con dificultades en la búsqueda de una buena salud (sí, tendría que seguir el tratamiento, pero.) y, claro, con ejemplos clásicos como dieta, ejercicio y estudio. Se estima que un quinto de la población adulta procrastina (yo procrastino, tú procrastinas, él procrastina.), pero esta cifra asciende a un 50% en el caso de los estudiantes. También se ha reportado que el número de procrastinadores va en aumento, lo cual al menos es buena noticia para no sentirnos tan solos. Ya en la década de 1980 se presentaron las primeras escalas de procrastinación, con tópicos deliciosos como me cuesta mucho tomar decisiones, o suelo retrasar el comienzo del trabajo que tengo para hacer. Pueden encontrar algunos tests y bastante bibliografía en el sitio procrastinus.com No está muy claro si este comportamiento nos viene de fábrica. Si bien se relaciona con factores que tienen bases genéticas, un estudio reciente arrojó una muy baja correlación al comparar gemelos idénticos australianos. En otras palabras: que uno de los gemelos fuera un perfecto procrastinador tiene algo -pero poco- que ver con que el otro también lo sea. Investigadores de la escuela de negocios de Harvard han estudiado cómo el efecto de la gratificación instantánea es el mejor aliado para retrasar nuestras acciones. No es nada nuevo: ya Juan del Encina en el siglo XVI nos proponía: "Hoy comamos y bebamos hasta que nos reventemos, que mañana ayunaremos". Uno de los casos de estudio en Harvard es el de la medicina preventiva, con el clásico ejemplo de la colonoscopía: está indicada como de rutina a partir de los 50 años, pero siempre encontramos algo mejor que hacer en lugar de pedir el maldito turno. Piers Steel, autor del libro La ecuación de la procrastinación, explica que a la hora de tomar decisiones hay una especie de pelea entre los sistemas más emocionales del cerebro y los que tienen que ver con las funciones ejecutivas y el planeamiento a largo plazo: impulsos versus razón. Propone reducir el número de compromisos a realizar de manera de enfocarse mejor en las tareas. Otra estrategia es no comenzar por las primeras tareas de la lista, sino por alguna que ande por la mitad del papel. Otros consejos bastante obvios son sencillos: ser ordenado o compartir con otros -incluso en redes sociales- las metas que pretendemos (aunque de esto último hay resultados contradictorios). Al menos así tenemos testigos de nuestros éxitos y falencias. Una de las recomendaciones más interesantes para el antiprocrastinador es moverse por un rato. Sí: dejar el escritorio o la oficina y salir a dar una vuelta o hacer algo de ejercicio por 20 minutos: se ha demostrado que a la vuelta vamos a tender a cumplir con lo previsto mucho más que si nos quedamos en Babia o haciendo zapping. Y las fechas límite son siempre relativas: se ha demostrado que el mes en que ocurran, en relación con las vacaciones o a fin de año, influye muchísimo en cuánto podamos cumplirlas. En fin, sé que debo seguir con esta columna, pero. no pasa nada si la dejo para dentro de un par de semanas, ¿verdad? Sé que ustedes sabrán comprender. Informe de Jorge Luis Icardi. Cómo luchar contra la procrastinación, ese mal de nuestro tiempo. Hace rato que pasó fin de año y seguramente en ese tiempo comenzaron a esfumarse nuestras resoluciones para cambiar esto y aquello en nuestra vida. Ni qué hablar de las listas de trabajo que se nos acumulan día tras día con la promesa de que por fin vamos a cumplir plazos y objetivos. Pero no: no los cumplimos y caemos una y otra vez en la famosa procrastinación que, como todo latino sabe, viene de pro (hacia) y cras o crastinus (mañana). ¿Será que la ciencia puede ayudarnos frente a este mal de nuestros tiempos? Al menos la procrastinación es un objeto de estudio de la psicología, que la define como "retrasar voluntariamente un curso de acción prefijado pese a la expectativa de que este retraso puede traer consecuencias negativas". Muchas palabras para lo que todos conocemos. Se la ha asociado con el estrés y la ansiedad, con la impulsividad, con dificultades en la búsqueda de una buena salud (sí, tendría que seguir el tratamiento, pero.) y, claro, con ejemplos clásicos como dieta, ejercicio y estudio. Se estima que un quinto de la población adulta procrastina (yo procrastino, tú procrastinas, él procrastina.), pero esta cifra asciende a un 50% en el caso de los estudiantes. También se ha reportado que el número de procrastinadores va en aumento, lo cual al menos es buena noticia para no sentirnos tan solos. Ya en la década de 1980 se presentaron las primeras escalas de procrastinación, con tópicos deliciosos como me cuesta mucho tomar decisiones, o suelo retrasar el comienzo del trabajo que tengo para hacer. Pueden encontrar algunos tests y bastante bibliografía en el sitio procrastinus.com No está muy claro si este comportamiento nos viene de fábrica. Si bien se relaciona con factores que tienen bases genéticas, un estudio reciente arrojó una muy baja correlación al comparar gemelos idénticos australianos. En otras palabras: que uno de los gemelos fuera un perfecto procrastinador tiene algo -pero poco- que ver con que el otro también lo sea. Investigadores de la escuela de negocios de Harvard han estudiado cómo el efecto de la gratificación instantánea es el mejor aliado para retrasar nuestras acciones. No es nada nuevo: ya Juan del Encina en el siglo XVI nos proponía: "Hoy comamos y bebamos hasta que nos reventemos, que mañana ayunaremos". Uno de los casos de estudio en Harvard es el de la medicina preventiva, con el clásico ejemplo de la colonoscopía: está indicada como de rutina a partir de los 50 años, pero siempre encontramos algo mejor que hacer en lugar de pedir el maldito turno. Piers Steel, autor del libro La ecuación de la procrastinación, explica que a la hora de tomar decisiones hay una especie de pelea entre los sistemas más emocionales del cerebro y los que tienen que ver con las funciones ejecutivas y el planeamiento a largo plazo: impulsos versus razón. Propone reducir el número de compromisos a realizar de manera de enfocarse mejor en las tareas. Otra estrategia es no comenzar por las primeras tareas de la lista, sino por alguna que ande por la mitad del papel. Otros consejos bastante obvios son sencillos: ser ordenado o compartir con otros -incluso en redes sociales- las metas que pretendemos (aunque de esto último hay resultados contradictorios). Al menos así tenemos testigos de nuestros éxitos y falencias. Una de las recomendaciones más interesantes para el antiprocrastinador es moverse por un rato. Sí: dejar el escritorio o la oficina y salir a dar una vuelta o hacer algo de ejercicio por 20 minutos: se ha demostrado que a la vuelta vamos a tender a cumplir con lo previsto mucho más que si nos quedamos en Babia o haciendo zapping. Y las fechas límite son siempre relativas: se ha demostrado que el mes en que ocurran, en relación con las vacaciones o a fin de año, influye muchísimo en cuánto podamos cumplirlas. En fin, sé que debo seguir con esta columna, pero. no pasa nada si la dejo para dentro de un par de semanas, ¿verdad? Sé que ustedes sabrán comprender. Informe de Jorge Luis Icardi.

EL TRUCO DEL ENGAÑO.

El truco del enólogo. A diferencia de los magos, a los enólogos les encanta contar sus trucos. No todos los trucos, es verdad. Pero sí aquellos que hacen la diferencia, sea perceptible o no para la boca de un consumidor. Así, la textura de los suelos del piedemonte se convirtió en la nueva galera de donde salen Malbec y Chardonnay extraordinarios. Así, uno de los trucos del momento se llama co-fermentación. Con ese nombre se conoce a una alquimia contemporánea, que en las bodegas se recita como un abracadabra y en las catas porteñas se invoca como un talismán de experto. Es que, en el arte de hacer grandes vinos, la sutil combinación de uvas antes de entrar al tanque para fermentar explica algunos de los más curiosos tintos del mercado: Zaha Malbec, Teho, Gran Enemigo Blend, Demente, Viniterra Select Malbec Carménère, Ji Ji Ji Malbec Pinot Noir. Entre los René Lavand del asunto, Alejandro Sejanovich y Alejandro Vigil son los winemakers que más han trabajado el concepto. "La cofermentación es como la sal en la comida, realza el carácter", dice Vigil. La técnica es empleada en algunas viejas regiones del mundo como una forma de conseguir mejor expresión en sus vinos. En el Côte Rôtie, Ródano, Francia, se cofermenta Syrah con un poquito de Viognier, de forma que, contrariamente a lo que pensaría el adivinador de trucos, el color de la uva tinta no se diluye, sino que se concentra. Y en nuestro tierra, la alquimia de moda se emplea cada vez más para darle matices al Malbec. Por ejemplo, cofermentándolo con un poquito de Cabernet Franc o Petit Verdot. En el primer caso, "lo que busco es destacar los aromas herbales", afirma Sejanovich. En el segundo, "una frescura más atractiva y mayor peso", sostiene Vigil. Ahora bien, ¿qué diferencia existe entre un vino de corte y uno cofermentado? Difícil distinguirlos. En todo caso, el vino es un misterio lleno de ciencia: al cortar uvas la fermentación sinergia el carácter de cada una, mientras que al cortar vinos sólo se suman componentes, como en un mecano. Pero a la hora de la magia, ya se sabe, lo mejor es librarse a la ilusión y disfrutar del truco. Apostillas del Licenciado JLI.

CIENCIA FELINA.

Ciencia felina. O cómo los gatos también son los mejores amigos del hombre. Lo sabemos: son extraterrestres, vienen del espacio exterior y dominarán el mundo. Están entre nosotros desde hace tiempo, ocupando nuestras camas y nuestras alfombras. Y, sobre todo, tienen toda una ciencia a cuestas. Sí: la ciencia de los gatos. Uno de los misterios de la vida felina es su imparable amor por las cajas: les resultan irresistibles y no pueden verlas sin desear estar dentro. ¿Será que les sale el salvaje que llevan en su interior y la usan como escondite para sorprender a sus presas? No necesariamente; las investigaciones indican que un entorno cerrado (como el de las cajas) disminuye mucho los niveles de estrés en los gatos y hasta les mejora las interacciones futuras con otros gatos o incluso con esos otros bichos bobos, los humanos. Pero no sólo de cajas viven los gatos: podemos encontrarlos en la bañera (vacía, claro), en bolsas, cajones y hasta en zapatos. Así como les encanta el calor (parece ser que sus preferencias están por encima de los 30°C), además de dormir al sol, un buen refugio cerrado les puede brindar una temperatura de lo más agradable. Si bien la de las cajas no es una tecnología muy compleja, si de gatos tecnológicos hablamos, nada mejor que equiparlos con un collar detector de redes de Wi-Fi; sí, los hay, y parece que mientras Fido hace su paseo nocturno puede trazar un mapa de los modems y routers de los vecinos. Tampoco son grandes conversadores. Al menos, no parecen entender cuando les gritamos por estar arañando nuestro sillón favorito. No pueden entender y relacionar el grito con el arañazo. Nos ven como un mono gigante que sólo está agrediéndolos porque se les da la gana, justo mientras están en una actividad típicamente felina. Funciona más la recompensa por lo que queremos que haga que el castigo por lo que no queremos que haga. Otras veces se ponen a masticar lo que haya a mano (o a pata), igual que un bebe: sí, igualito, porque es una forma de explorar, de divertirse y, si son cachorros, porque les están creciendo los dientes. Bichos raros, los gatos: su lengua captura rápidamente el agua o la leche, tan rápido que nuestros ojos no se dan cuenta. Y tienen más vértebras en la parte media de la columna que los humanos, lo que da una gran aceleración. Como nuestros bebes, los gatitos suelen nacer con ojos azules, que después cambian a su color definitivo. Y cuando chillan por la noche en los tejados, pueden tener una buena razón: el sexo. Sí, al menos para la hembra puede no ser nada divertido, ya que el pene gatuno tiene pinches que lastiman la vagina de su compañera (que aun así es estimulada a liberar una hormona que ayuda a madurar a los óvulos). Pero lo más lindo (y no menos científico) es, sin duda, cómo nos demuestran su amor. Una de las señales comunes de afecto es cuando agachan la cabeza y la chocan contra nosotros, garantía de placer para ambos. O pueden restregarnos sus mejillas, una forma de decir este es mío, ya que nos impregna con secreciones de sus glándulas. Una señal más obvia es, directamente, que nos miren a los ojos: es una demostración de confianza. La cola es un buen termómetro de su estado de ánimo: erizada o ancha de más significa estrés, pero levantada ligeramente e, incluso, moviendo sólo la punta mientras se acerca a nosotros. eso es amor, amigos. Si se sienta encima nuestro, y hasta nos clava suavemente las uñas, habrá que aguantarlo estoicamente, como hacemos con nuestros mejores amigos cuando se ponen cargosos. Y aunque no nos hable, su ronroneo es señal de placer y de que está todo bien entre nosotros. Hay más pruebas de amor: lamernos (sobre todo el pelo o las orejas) es algo reservado sólo a los gatos más cercanos, y es un honor ser incluidos en tal categoría. Y si comparten una presa con nosotros, ¡que viva la amistad! Homo sapiens y Felis silvestres gatus, un solo corazón (científico). Apostillas del Licenciado JLI. Ciencia felina. O cómo los gatos también son los mejores amigos del hombre. Lo sabemos: son extraterrestres, vienen del espacio exterior y dominarán el mundo. Están entre nosotros desde hace tiempo, ocupando nuestras camas y nuestras alfombras. Y, sobre todo, tienen toda una ciencia a cuestas. Sí: la ciencia de los gatos. Uno de los misterios de la vida felina es su imparable amor por las cajas: les resultan irresistibles y no pueden verlas sin desear estar dentro. ¿Será que les sale el salvaje que llevan en su interior y la usan como escondite para sorprender a sus presas? No necesariamente; las investigaciones indican que un entorno cerrado (como el de las cajas) disminuye mucho los niveles de estrés en los gatos y hasta les mejora las interacciones futuras con otros gatos o incluso con esos otros bichos bobos, los humanos. Pero no sólo de cajas viven los gatos: podemos encontrarlos en la bañera (vacía, claro), en bolsas, cajones y hasta en zapatos. Así como les encanta el calor (parece ser que sus preferencias están por encima de los 30°C), además de dormir al sol, un buen refugio cerrado les puede brindar una temperatura de lo más agradable. Si bien la de las cajas no es una tecnología muy compleja, si de gatos tecnológicos hablamos, nada mejor que equiparlos con un collar detector de redes de Wi-Fi; sí, los hay, y parece que mientras Fido hace su paseo nocturno puede trazar un mapa de los modems y routers de los vecinos. Tampoco son grandes conversadores. Al menos, no parecen entender cuando les gritamos por estar arañando nuestro sillón favorito. No pueden entender y relacionar el grito con el arañazo. Nos ven como un mono gigante que sólo está agrediéndolos porque se les da la gana, justo mientras están en una actividad típicamente felina. Funciona más la recompensa por lo que queremos que haga que el castigo por lo que no queremos que haga. Otras veces se ponen a masticar lo que haya a mano (o a pata), igual que un bebe: sí, igualito, porque es una forma de explorar, de divertirse y, si son cachorros, porque les están creciendo los dientes. Bichos raros, los gatos: su lengua captura rápidamente el agua o la leche, tan rápido que nuestros ojos no se dan cuenta. Y tienen más vértebras en la parte media de la columna que los humanos, lo que da una gran aceleración. Como nuestros bebes, los gatitos suelen nacer con ojos azules, que después cambian a su color definitivo. Y cuando chillan por la noche en los tejados, pueden tener una buena razón: el sexo. Sí, al menos para la hembra puede no ser nada divertido, ya que el pene gatuno tiene pinches que lastiman la vagina de su compañera (que aun así es estimulada a liberar una hormona que ayuda a madurar a los óvulos). Pero lo más lindo (y no menos científico) es, sin duda, cómo nos demuestran su amor. Una de las señales comunes de afecto es cuando agachan la cabeza y la chocan contra nosotros, garantía de placer para ambos. O pueden restregarnos sus mejillas, una forma de decir este es mío, ya que nos impregna con secreciones de sus glándulas. Una señal más obvia es, directamente, que nos miren a los ojos: es una demostración de confianza. La cola es un buen termómetro de su estado de ánimo: erizada o ancha de más significa estrés, pero levantada ligeramente e, incluso, moviendo sólo la punta mientras se acerca a nosotros. eso es amor, amigos. Si se sienta encima nuestro, y hasta nos clava suavemente las uñas, habrá que aguantarlo estoicamente, como hacemos con nuestros mejores amigos cuando se ponen cargosos. Y aunque no nos hable, su ronroneo es señal de placer y de que está todo bien entre nosotros. Hay más pruebas de amor: lamernos (sobre todo el pelo o las orejas) es algo reservado sólo a los gatos más cercanos, y es un honor ser incluidos en tal categoría. Y si comparten una presa con nosotros, ¡que viva la amistad! Homo sapiens y Felis silvestres gatus, un solo corazón (científico). Apostillas del Licenciado JLI.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Una trágica historia de amor y celos en la iglesia de Santa Felicitas

Esta historia no podía escapar a la clasificación de leyenda, dado que tiene todos los ingredientes necesarios: una bella mujer, amor y tragedias. Todo comienza en el barrio de Barracas, en la calle Isabel la Católica 520, donde se encuentra la iglesia de Santa Felicitas. El edificio lleva el nombre de Felicitas Guerrero, una joven mujer con una belleza tan extraordinaria como maldita. A los 15 años contrajo matrimonio con un hombre dos veces mayor, Martín de Álzaga. Dos veces quedó embarazada y dos veces perdió a sus dos hijos: el primer hijo muere a los seis años y el segundo nació muerto. A los 26 años ya era viuda y rica. Su belleza era impresionante y no pasaba desapercibida: tenía decenas de pretendientes que la cortejaban. Finalmente, decide responderle su amor a uno de ellos; pero Enrique Ocampo, otro pretendiente loco de celos, asesina a la joven a balazos el 30 de enero de 1872. Sus padres, devastados por su muerte, decidieron construir una iglesia en su honor detrás de la casa donde Felicitas murió asesinada. La iglesia abrió finalmente sus puertas en 1876, cuatro años después de la muerte de su hija. Según cuentan, el 30 de enero de cada año el fantasma de la muchacha aparece llorando y vestida de blanco. También dicen que si atan por la noche un pañuelo a los barrotes de la iglesia, por la mañana, lo encontrarán mojado por las lágrimas de la joven alma en pena…

Duendes maléficos en la Torre del Fantasma

Seguimos por el lado de la Boca. En la calle Almirante Brown, se encuentra una curiosa torre en medio de la arquitectura más clásica de la calle. La historia de este edificio comienza en 1908. María Luisa Auvert Aurnaud, una rica descendiente de catalanes, decidió invertir en una torre para luego alquilar los distintos espacios. Pero la joven mujer, al sentirse tan feliz por la apariencia extraordinaria y bien catalana de la torre terminada- Guillermo Álvarez fue el arquitecto- decidió instalarse allí. Terminó de perfeccionar el estilo de su nueva casa con mobiliario que hizo traer directamente desde Cataluña. Sin embargo, un año después, decidió irse del lugar. Según cuentan, ella no soportaba más las críticas de los vecinos que se quejaban porque ella era muy ruidosa… La torre de la Boca retomó entonces la idea original: se transformó en un edificio que alquilaba estudios y talleres a artistas y residencias de departamentos. Entre los locatarios estaba Clémentine, una pintora que vivía en el último piso. Un día, una periodista llegó para entrevistarla y sacó algunas fotos; pero al parecer cuando se revelaron, se dio cuenta de que aparecían en las imágenes unos extraños pequeños duendes… Intrigada, la periodista decidió volver a visitar a Clémentine, pero ya era tarde, ésta se había lanzado desde la ventana poco después de la entrevista. El motivo de este suicidio, misterioso para muchos, resulta evidente para la propietaria. Ella explicó entonces que había pasado por lo mismo: un acoso constante de los duendes ruidosos y maléficos, que habrían venido junto con el envío de los muebles desde Cataluña. Ella había podido escapar de este agobio al mudarse pero Clémentine no tuvo la misma suerte, ya que según la dueña, habrían sido los duendes los que empujaron a la joven artista por la ventana. La leyenda cuenta que los duendes siguen ocupando el último piso de la torre, haciendo ruido y agitando cosas, y acompañados de los pasos del fantasma atribulado de Clémentine… (Fuente: Clarín)

Una fiesta eterna en el Palacio de los Bichos

El “Palacio de los bichos” – denominado así por las gárgolas que escoltaban su fachada- está ubicado en el barrio de Villa del Parque, exactamente en la calle Campana al 3220. Este palacio fue construido en 1910 por el italiano Rafael Giordano y debía ser el regalo de bodas para su hija Lucía y su yerno, el músico Ángel Lemos. El matrimonio tuvo lugar en el palacio, el 1° de abril de 1911, con una fiesta increíble, animada, llena de música, baile y alegría. La noche de su boda, los enamorados partieron a su luna de miel: todos los invitados vieron partir a los recién casados en su auto, desde las ventanas del palacio. Pero apenas atravesó el auto las vías, un tren apareció de la nada y atropelló a la joven pareja frente a la mirada horrorizada de la familia y todos los invitados. El padre, desconsolado, hizo cerrar el palacio. Pero – y en este momento comienza la leyenda- los vecinos cuentan que se escuchaba música y se veía gente bailar en la gran casona abandonada. Y este misterio jamás pudo ser resuelto ya que aparentemente todos aquellos que intentaron en algún momento investigar el caso contrajeron raras enfermedades y se vieron obligados a abandonar la tarea. Hoy en día, las gárgolas desaparecieron y en la planta baja funciona un spa. (Fuente: Clarín)

martes, 23 de octubre de 2018

El táxi del cementerio de Chacarita.

Como no podía ser de otra manera, nuestro periplo comienza en el cementerio de Chacarita. Con 95 hectáreas, es uno de los cementerios más grandes del mundo. Lo llaman La “Necrópolis”: nada raro ya que es una verdadera ciudad consagrada a los muertos, con sus inmensos panteones, empleados, jardines, calles… ¡y sus historias! En 1978, un hecho ocupó todos los titulares de la época: una mujer había sido encontrada muerta en el cementerio recostada sobre la tumba de su madre. La joven mujer habría tomado el taxi de la muerte… La leyenda cuenta, en efecto, que un extraño automóvil anda deambulando por la ciudad mezclado en la fila de taxis a la salida del cementerio. Según las fuentes, es un Ford Falcon o un Peugeot, cuya matrícula sería misteriosamente: RIP666. Explica la leyenda que todo aquel que sube a ese taxi comienza a sentir un frío extraño que invade el cuerpo… Y una vez muerto el pasajero, el taxi lo lleva al lugar donde se subió originariamente: al cementerio. Los locales creen más o menos en esta historia, pero hasta los más escépticos suelen desconfiar: por las dudas, nada de tomar taxis a la salida del cementerio… (Fuente: libro Buenos Aires es leyenda de Guillermo Barrantes y Víctor Coviello)

Serenata para la tierra de uno

Carlos Barocela interpreta el poema de María Elena Walsh.

Letra:
Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos,
porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.

Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Para sembrarte de guitarras,
para cuidarte en cada flor
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Serenata para la tierra de uno
https://youtu.be/pw4mYnBZBVU

viernes, 19 de octubre de 2018

LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA.(PLATÓN).

Alegoría de la caverna. Aunque en realidad solo es una alegoría de intenciones pedagógico-filosóficas, no un mito, pues no aparece reflejado como tal en los escritos de Platón ni en ninguna otra obra antigua, ni siquiera entre los mitógrafos) es considerada la más célebre alegoría de la historia de la filosofía junto con la del carro alado. Su importancia se debe tanto a la utilidad de la narración para explicar los aspectos más importantes del pensamiento platónico como a la riqueza de sus sugerencias filosóficas. Se trata de una explicación metafórica, realizada por el filósofo griego Platón al principio del VII libro de la República, sobre la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento. En ella Platón explica su teoría de cómo podemos captar la existencia de los dos mundos: el mundo sensible (conocido a través de los sentidos) y el mundo inteligible (sólo alcanzable mediante el uso exclusivo de la razón). Intenta mostrar el encierro de nuestro ser entre las percepciones sensibles que manifiestan levemente la realidad. Platón describió[4] en su alegoría de la caverna un espacio cavernoso, en el cual se encuentran un grupo de hombres, prisioneros desde su nacimiento por cadenas que les sujetan el cuello y las piernas de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna sin poder nunca girar la cabeza. Justo detrás de ellos, se encuentra un muro con un pasillo y, seguidamente y por orden de cercanía respecto de los hombres, una hoguera y la entrada de la cueva que da al exterior. Por el pasillo del muro circulan hombres portando todo tipo de objetos cuyas sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que los prisioneros pueden ver. Estos hombres encadenados consideran como verdad las sombras de los objetos. Debido a las circunstancias de su prisión se hallan condenados a tomar únicamente por ciertas todas y cada una de las sombras proyectadas ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas. Continúa la narración contando lo que ocurriría si uno de estos hombres fuese liberado y obligado a volverse hacia la luz de la hoguera, contemplando, de este modo, una nueva realidad. Una realidad más profunda y completa ya que ésta es causa y fundamento de la primera que está compuesta sólo de apariencias sensibles. Una vez que ha asumido el hombre esta nueva situación, es obligado nuevamente a encaminarse hacia fuera de la caverna a través de una áspera y escarpada subida, apreciando una nueva realidad exterior (hombres, árboles, lagos, astros, etc. identificados con el mundo inteligible) fundamento de las anteriores realidades, para que a continuación vuelva a ser obligado a ver directamente "el Sol y lo que le es propio", metáfora que encarna la idea de Bien. La alegoría acaba al hacer entrar, de nuevo, al prisionero al interior de la caverna para "liberar" a sus antiguos compañeros de cadenas, lo que haría que éstos se burlaran de él. El motivo de la burla sería afirmar que sus ojos se han estropeado al verse ahora cegado por el paso de la claridad del Sol a la oscuridad de la cueva. Cuando este prisionero intenta desatar y hacer subir a sus antiguos compañeros hacia la luz, Platón nos dice que éstos son capaces de matarlo y que efectivamente lo harán cuando tengan la oportunidad, con lo que se entrevé una alusión al esfuerzo de Sócrates por ayudar a los hombres a llegar a la verdad y a su fracaso al ser condenado a muerte. cuenta Platón, por boca de Sócrates, qué representa cada una de las imágenes que se exponen en él. Corresponde a las sombras y a los hombres que las producen el mundo que percibimos por los sentidos o mundo sensible; y la hoguera al Sol que todo lo ilumina y nos permite ver. La ascensión al exterior de la cueva figura el ascenso al mundo inteligible, mundo en el que se encuentra la idea de Bien[10] representada por el Sol. Ambos mundos son reales, pero el inteligible posee más entidad siendo fundamento de todo lo sensible. Pertenecen a este mundo las esencias o ideas y, de entre ellas, la idea de Bien es fundamento de todas las demás ideas y por ende de lo sensible. Pero, con todo, esta explicación que nos da Platón no es más que una nota al margen de lo que esta alegoría pretende dar a entender. Eso sí, es necesaria para entender el camino del alma hacia el mundo inteligible. contextualizando la epistemología de Platón, Tanto Heráclito como Parménides habían comenzado dos caminos opuestos para avanzar hacia el conocimiento de la realidad, el primero atendiendo a lo mudable, el segundo a lo eterno e imperecedero. Y fue el propio Parménides el que puso nombre a ambos: vía de la opinión y vía de la verdad, respectivamente. Platón, dialéctico él, conjugará ambas vías, si bien dando más importancia y validez a la parmenidea. A estos autores hay que mirar para entender lo que se esconde tras el Mito de la caverna. Según Platón, a cada tipo de realidad le corresponde un tipo de conocimiento apropiado, y éstos a su vez se subdividen en otros dos tipos distintos, cada cual más cierto cuanto mejor aprenden lo inteligible. Así, para conocer el mundo sensible disponemos de la opinión, que siendo conocimiento es un saber que puede contener error, y que viene a coincidir con la vía abierta por Heráclito. Por otra parte, para conocer el mundo inteligible contamos con la ciencia que nos proporciona un conocimiento cierto de la realidad, camino propuesto por Parménides. La opinión o Doxa, como ya ha sido dicho, se divide a su vez en dos subtipos de conocimiento: la imaginación o Eikasia; y la creencia o Pistis. A su vez, para el conocimiento del mundo inteligible, la ciencia o Episteme se divide a su vez en pensamiento o Diánoia que capta las esencias y la razón o Noesis que capta la idea de Bien. De este modo, el conocimiento adquirido por la contemplación de las sombras se identificaría con la fiabilidad del conocimiento que proporciona la imaginación, similar a tomar con una certeza más allá de lo deseable a imágenes reflejadas en espejos, o a imágenes pintadas o esculpidas, o incluso a la misma alegoría de la caverna. La visión de los hombres que caminan por la cueva mostrando objetos y la hoguera misma con la creencia, similar a tomar con una certeza más allá de lo deseable el conocimiento adquirido por la mera observación de la naturaleza en la que todo es mutable. La contemplación del mundo exterior a la cueva representa al pensamiento, el paso al conocimiento del mundo inteligible en el que se encuentran las esencias o un conocimiento que deja de ser una opinión con posibilidad de error, para ser un conocimiento cierto, acorde con la realidad ya que todas las cosas sensibles son imágenes de sus propias esencias. Y por fin, el conocimiento adquirido con la contemplación del Sol representa el conocimiento que se obtiene con la contemplación de la idea de Bien o razón. Se trata de un conocimiento que supera al mismo pensamiento tanto en cuanto que el que lo posee conoce todas las esencias del mundo inteligible porque se fundan en ella y, a través de ellas, todas las realidades del mundo sensible, mientras que el que sólo usa del pensamiento, sólo conoce las esencias que va descubriendo en su pensar. Procesado por Jorge Luis Icardi.

952 CALAVERAS.

952 calaveras. En Serbia, la famosa Cele Kula provoca un efecto lúgubre y romántico. Cuando me encontré con este amigo de un amigo que conocía a un amigo en una perdida y lluviosa esquina de la ciudad de Nis, en el sur de Serbia, no pensé que iba a conocer semejante historia. Este fanático de los videojuegos y mangas japoneses y a la vez eximio historiador local me recibió con cara de curiosidad, evidente ante el desconocimiento mutuo, y con una enigmática sonrisa pensaba cuál era mi verdadero interés por conocer semejante lugar. La realidad es que había pescado esta historia husmeando en viejos libros que relataban hechos militares en Europa del Este, y al tener conocimiento de mi ida a esta región organicé una breve pero sustanciosa visita para aprender con más profundidad lo que había sucedido. La región de los Balcanes ha sido siempre una de las zonas más disputadas de la historia. Un lugar en donde Occidente y Oriente han litigado, guerreado y disputado zonas de influencia. Durante cientos de años el ruido de la caballería pesada, cabalgando frenéticamente, significaba una sola cosa: sálvese quien pueda. Esta es la ciudad donde nació Costantino el Grande, fundador de Constantinopla, hoy la maravillosa Estambul, donde se encuentran algunas de las iglesias más antiguas del país, con fechas de fundación que van hasta el siglo IV y V. También ha tenido y tiene una posición estratégica, ya que se sitúa en un cruce importante de caminos y vías de tren que unen Europa y Asia Menor. Por aquí pasaban también las antiguas Via Militaris en tiempos romanos y llevaba directamente a la capital del imperio romano de Oriente. Empezamos a caminar, no rumbo al lugar estipulado, sino a una portentosa panadería para arrancar el día con un desayuno típico: "Si no comenzamos con un buen burek (una especie de empanada o tarta de masa filo rellena con carne picada, queso y cebollas), no nos merecemos ser de aquí", dice mi compañero, y fuimos degustando esta delicia local mientras caminábamos hacia nuestro destino. Nuestro punto de llegada, si bien se encontraba a unos centenares de metros, me recibe empapado y atiborrado de burek. ¡Pero contento! Parados sobre el boulevard Doctor Zoran Ðindic, observamos una pequeña capilla que a lo largo de los siglos se ha transformado en un punto de peregrinaje para los habitantes de este país. Adentro se encuentra la famosa Cele Kula, la torre de las calaveras. Allí entramos. Produce un efecto lúgubre y romántico al mismo tiempo. Lúgubre, por los objetos que la conforman; romántico, por su historia. En 1809 un comandante serbio, Stevan Sindelic y sus tropas se enfrentaron con un batallón del ejército otomano en la colina de Cegar. Solos, cercados, en clara inferioridad numérica y sin ninguna posibilidad de recibir ayuda amiga decidieron de cualquier manera hacerle frente al enemigo, al que le causaron numerosas bajas. Como no podían contener el ataque y temían las consecuencias de ser convertidos en prisioneros, el comandante disparó contra su propio arsenal para acabar no sólo con su vida, sino también con la de muchos enemigos que ya estaban sobre ellos. El pasha de la región, enterado de este hecho y sorprendido por el arrojo de estos soldados y su final, construyó una torre con sus 952 calaveras, para que sirviera de lección y escarmiento a los habitantes locales. Me quedé reflexionando cómo al mejor estilo de Leónidas y sus espartanos, un pequeño grupo de personas le había dejado un legado histórico y espiritual a un pueblo entero. Apostillas del Licenciado JLI.

AGAMENÓN.

Agamenón. En la Ilíada y en otras obras se dice que Agamenón es hijo de Atreo, nieto de Pélope y bisnieto de Tántalo, aunque algunos lo consideran hijo de Plístenes y nieto de Atreo, en cuya casa Menelao y él habrían sido educados tras la muerte de su padre. Su madre fue Aérope según la mayoría de las fuentes, pero algunas nombran a Erífile como esposa de Plístenes y madre de Agamenón. Además de Menelao, Agamenón tenía una hermana llamada Anaxibia, Cindrágora o Astíoque. Agamenón y Menelao fueron criados junto con Egisto, el hijo de Tiestes, en la casa de Atreo. Cuando se hicieron adultos Atreo envió a Agamenón y Menelao a buscar a Tiestes. Le hallaron en Delfos y le llevaron ante Atreo, quien le arrojó a una mazmorra. Acto seguido se ordenó a Egisto que le matase, pero éste, reconociendo a su padre, se abstuvo de tan cruel acto, mató a Atreo y, tras haber expulsado a Agamenón y Menelao, ocupó junto con su padre el trono de Micenas. Los dos hermanos deambularon durante un tiempo hasta llegar al fin a Esparta, donde Agamenón se casó con Clitemnestra, la hija de Tindáreo, con quien fue padre de Ifianasa (Ifigenia), Crisótemis, Laódice (Electra) y Orestes, y Menelao con Helena. La forma en la que Agamenón volvió al reino de Micenas difiere según las fuentes. En la obra de Homero parece que sucediese pacíficamente a Tiestes, pero según otros lo expulsó y usurpó el trono. Tras convertirse en rey de Micenas, conquistó Sición asumiendo su reinado y se convirtió en el príncipe más poderoso de Grecia. En la parte de la Ilíada conocida como Catálogo de las naves, se expone una relación de los dominios de Agamenón. Cuando Homero atribuye a Agamenón la soberanía sobre todo Argos, se refiere al Peloponeso o a su mayor parte, pues la ciudad de Argos era gobernada por Diomedes. Estrabón también señala que el nombre de Argos era usado a veces por los poetas trágicos como sinónimo de Micenas. La Guerra de Troya. Cuando Paris, hijo de Príamo, se llevó a Helena, todos los caudillos aqueos fueron convocados para organizar un ataque contra Troya. Los jefes se reunieron en el palacio de Diomedes en Argos, donde Agamenón fue elegido comandante en jefe, bien como consecuencia de su mayor poder, bien porque se ganó el favor de la asamblea mediante ricos presentes. Tras siete años de preparativos, el ejército y la flota Aquea se reunieron en el puerto de Áulide en Beocia. Agamenón había consultado previamente a su lacayo sobre el asunto y la respuesta dada fue que la guerra se desataría en el momento en el que los más distinguidos entre los griegos (Aquiles y Odiseo) riñesen. Una profecía parecida provino de un acontecimiento maravilloso que ocurrió mientras los griegos estaban reunidos en Áulide: cuando se ofrecía un sacrificio bajo las ramas de un árbol, un dragón salió reptando de debajo y devoró un nido del árbol conteniendo ocho polluelos y su madre. Calcante interpretó la señal como indicativa de que los griegos debían partir a luchar contra Troya durante nueve años, pero al décimo la ciudad caería. Esquilo relata un milagro diferente presagiando lo mismo. Otro suceso interesante ocurrió mientras los griegos estaban reunidos en Áulide: se dice que Agamenón mató un ciervo que estaba consagrado a Artemisa, y además provocó con palabras irreverentes la cólera de la diosa, por lo que ésta envió una peste al ejército griego y produjo una calma absoluta, de forma que los griegos no podían abandonar el puerto por falta de viento. Cuando afirmaron los videntes que la ira de la diosa no podría ser aplacada a menos que Ifigenia, la hija de Agamenón, le fuese ofrecida como sacrificio compensatorio, Diomedes y Odiseo fueron enviados a buscarla al campamento con el pretexto de que debía desposar a Aquiles. Ella accedió a acompañarlos, pero en el momento en que iba a ser sacrificada fue llevada por la propia Artemisa (según otras fuentes, por Aquiles) a Táuride, y otra víctima ocupó su lugar. Tras esto cesó la calma y el ejército partió hacia la costa de Troya. Agamenón tenía un centenar de barcos, además de los sesenta que había prestado a los arcadios. En el décimo año del sitio de Troya — que es en el que comienza la narración Ilíada — Agamenón tiene con Aquiles una disputa por la posesión de Briseida, que hubo de ceder el segundo al primero. Aquiles se retira del campo de batalla, y los griegos son víctimas de varios desastres. Zeus envía un sueño a Agamenón para persuadirle de que acaudille a los griegos en la batalla contra los troyanos. El rey, para poner a prueba a los griegos, les manda volver a casa, lo que se disponen a cumplir de buena gana, hasta que su coraje es reavivado por Odiseo, que los persuade de que se prepararen para la batalla. A un combate individual entre Paris y Menelao siguió una batalla en la que Agamenón mató a varios de los troyanos. Cuando Héctor desafió al más bravo de los griegos, Agamenón se ofreció a luchar contra él, pero Áyax fue elegido en su lugar por sorteo. Poco después de esto tuvo lugar otra batalla en la que los griegos fueron derrotados y Agamenón, abatido, les aconsejó emprender la huida y regresar a casa pero los demás héroes se opusieron. Un intento de reconciliación con Aquiles fracasó, y Agamenón convocó a los jefes por la noche para deliberar sobre las medidas a adoptar.Odiseo y Diomedes fueron enviados como espías, y al día siguiente se retomó la contienda con los troyanos. El propio Agamenón volvió a ser uno de los más bravos y mató a muchos enemigos con sus propias manos. Al final, sin embargo, fue herido por Coón y obligado a retirarse a su tienda. Héctor avanzó entonces victoriosamente, y Agamenón aconsejó de nuevo a los griegos que se salvasen huyendo. Pero Odiseo y Diomedes se resistieron otra vez, y el segundo lo convenció de que se volviera a la batalla que se libraba cerca de los barcos. Poseidón también se apareció a Agamenón con la forma de un anciano y le inspiró nuevo coraje. El apremiante peligro de los griegos indujo al fin a Patroclo, el amigo de Aquiles, a tomar parte enérgicamente en la batalla, y su muerte provocó que éste volviese a la acción, llevando a su reconciliación con Agamenón. En los juegos en honor de Patroclo, Agamenón se llevó el primer premio en la suerte consistente en arrojar la lanza. Agamenón, a pesar de ser el comandante en jefe de los griegos, no es el héroe de la Ilíada, y en espíritu caballeroso, bravura y carácter es en conjunto inferior a Aquiles. Pero a pesar de ello está por encima de todos los griegos por su dignidad, poder y majestad, y sus ojos y su cabeza son como los de Zeus, su faja como la de Ares y su pecho como el de Poseidón. Agamenón es entre los héroes griegos lo que Zeus entre los dioses del Olimpo. Esta idea parece haber guiado a los artistas griegos, pues en varias representaciones de Agamenón aún conservadas hay una reseñable parecido con las representaciones de Zeus. En la Ilíada, el emblema de su poder y su majestad es un cetro, obra de Hefesto, que Zeus había dado a Hermes y éste a Pélope, y de él lo heredaría Atreo y de éste Agamenón. Su armadura se describe en la Ilíada. Tras la captura de Troya, Agamenón recibió como parte del botín a Casandra, hija de Príamo y profetisa condenada, con quien, según una tradición recogida por Pausanias, tuvo dos hijos: Teledamo y Pélope (llamado este último como su bisabuelo). Durante su regreso a casa, Agamenón fue desviado dos veces por las tormentas, pero al fin tomó tierra en la Argólida, que regía entonces Egisto, quien había seducido a Clitemnestra durante la ausencia del marido. Al llegar éste, Egisto lo invitó a un banquete, y en su transcurso lo mató a traición a él y a sus compañeros, y en la misma ocasión Clitemnestra mató a Casandra. Odiseo se encontró con la sombra de Agamenón en el inframundo. Menelao erigió un monumento en honor de su hermano en el río Egipto. Pausanias afirma que en su época existía aún un monumento a Agamenón en Micenas. Los poetas trágicos han modificado ampliamente la historia de la muerte de Agamenón. Esquilo hacía que Clitemnestra sola matase a Agamenón: le arrojaba una red mientras él tomaba un baño y lo mataba después mediante tres golpes. Sus motivos eran en parte los celos por Casandra y en parte su vida adúltera con Egisto. Según cuenta Tzetzes, Egisto mató a Agamenón con la ayuda de Clitemnestra. Eurípides cuenta que Clitemnestra envolvió con una red a Agamenón para matarlo y tanto Sófocles como él presentan el sacrificio de Ifigenia como la razón por la que lo mató. Tras la muerte de Agamenón y Casandra, sobre su tumba fueron muertos también sus hijos por Egisto. Según cuenta Píndaro, la occisión de Agamenón tuvo lugar en Amiclas, en Laconia, y Pausanias relata que los habitantes de este lugar se disputaban con los de Micenas la posesión de la tumba de Casandra. Procesado por Jorge Luis Icardi.

martes, 16 de octubre de 2018

Una visita inesperada

No todos los niños tenían la suerte de tener un castillo del Siglo XIV en su pueblo, y en mi caso, la suerte era doble, porque el castillo de mi pueblo estaba justo justo al lado de mi colegio.
Estaba situado sobre la loma mas alta, destacando sobre todas las casas que se levantaban a su alrededor, y aunque había perdido mucho encanto como edificio de la edad media, porque había sido arreglado ya que estuvo a punto de derrumbarse, desde fuera se veía como si lo hubieran acabado de construir sus primeros dueños, una familia muy importante en aquellos tiempos llamada Ponce de León.
Yo pasaba largos ratos observándolo desde la ventana de mi clase, y sentía envidia de sus nuevos habitantes: Cernícalos, palomas, gorriones, y otros muchos pájaros, porque podían entrar y salir a su antojo, y me preguntaba porqué estaría siempre cerrado, y cómo era que estando tan cerca de nuestro colegio, y después de muchos años, nueve para ser exactos, no habíamos ido ni una vez de excursión con mi clase a visitarlo, ya que, además, dentro había un museo de historia la mar de interesante.
Aquel día, estábamos en clase cuando sonó el timbre para salir al recreo, afortunadamente porque estaba apuntito de quedarme dormida. La profesora nos pidió que saliésemos ordenadamente, cosa difícil porque aquel era un día muy especial, y se notaba en el ambiente: ¡Nos íbamos de vacaciones de Semana Santa!
Mis amigos y yo cogimos los desayunos y bajamos las escaleras en dirección al patio. Allí había un jaleo impresionante y estaba todo lleno de vallas, y es que estaban arreglando una  parte de las aulas de los pequeños, que al parecer se había hundido un poquito con las últimas lluvias.
Nos acercamos para ver un rato qué hacían los albañiles, quienes se movían rápidamente llevando cosas de un sitio para otro, con sus cascos blancos y sus monos azules. Entonces, se oyó un pitido, que sería un aviso para ellos, pues en ese momento, se quitaron todos a la vez los cascos como si fuera un baile ensayado, se subieron al camión, y salieron chutando, dejando la obra detrás.
Nos miramos, y sin decirnos palabra porque sabíamos perféctamente lo que pensábamos todos, nos acercamos a la puerta de la verja que limitaba la obra, en la que había una abertura, demasiado pequeña para que pudiese pasar un adulto, pero suficientemente grande para caber nosotros. ¿Quién no ha pasado alguna vez por al lado de una casa en obras o en ruinas sin sentir la curiosidad de entrar a echar un vistazo? Pues eso, que en un santiamén y con un poquito de esfuerzo (unos mas que otros, claro) nos metimos por la abertura de la valla.
Entramos en la clase que estaban arreglando, que estaba toda llena de palos largos que iban desde el techo hasta el suelo, y en una de las esquinas había un buen montón de arena y piedras, y detrás del montón, en el rincón, una tabla apoyada sobre la pared. Aparte de eso, del muchísimo polvo, y de muchas herramientas por todos los sitios: Martillos, palas, algunas linternas... no se veía nada mas que fuese interesante.
Estábamos a puntito de darnos la vuelta para marcharnos de allí, pero Jesús, el único niño del grupo, que dijo sentirse indignado, se subió sobre la montaña de arena con una pala en las manos y la lanzó sobre la tabla del rincón, que en ese momento se cayó hacia delante, dejando a la vista un agujero que había en el suelo de un metro aproximádamente.
No preguntéis ni cómo, ni cuando, ni porqué. Sería porque éramos niños y a los niños nos puede muchas veces la curiosidad, como a los gatos, y esta era una de esas veces. El caso es que cuando nos dimos cuenta, habíamos cogido las linternas que había por allí y habíamos bajado por la escalerita de hierro que los albañiles dejaron allí colocada.
Muertos de miedo, nos apretamos los cinco para examinar aquel sitio en el que sin querer pero queriendo nos habíamos metido, y desde donde no pudimos oir el timbre que anunciaba el final del tiempo de recreo. La verdad es que en ese momento, esa era la menor de nuestras preocupaciones.
Se trataba de un pasillo muy largo y oscuro como la boca de un lobo, y que iba cuesta arriba pero muy suavemente. No se trataba de una cueva ni nada de eso, porque el suelo era liso, y las paredes también. El techo era alto, tanto que estando de pie nos faltaba bastante para dar con la cabeza, y creo que saltando con los brazos estirados hacia arriba, tampoco llegaríamos a tocarlo.
Lógicamente, ya que habíamos llegado hasta allí, no nos íbamos a dar la vuelta, así que nos pusimos en fila india, con Jesús delante, claro, y empezamos a recorrer el pasillo con la ayuda de las linternas ( y de un martillo que llevaba yo en la mano por si hacía falta defenderse de algo o de alguien). Ninguno decía ni una palabra, pero podían oirse nuestras respiraciones agitadas, y creo que si hubiésemos puesto un poco de empeño, podríamos haber oido también el porrompompón de nuestros corazones super acelerados.
Llegamos al final del pasillo y nos encontramos con una escalera, pero esta no era de los albañiles, sino que era una escalera de piedra de unos diez peldaños, que subimos con mucho cuidado. Justo en la mitad de la subida tropecé con algo, que rodó escalones abajo haciendo un tremendo ruido metálico al golpear cada uno de ellos, y una vez abajo, siguió rodando unos metros más. Corrimos hacia el objeto para ver que se trataba de ¡un casco! Pero este no era blanco y de plástico como el de los albañiles, sino metálico y ovalado como habíamos visto más de una vez en el libro de cono. Lo observamos un rato sin cogerlo y seguimos nuestro camino escalera arriba otra vez.
El pasillo seguía otro largo tramo en la misma dirección, el cual recorrimos en poco tiempo, porque ya habíamos perdido bastante el miedo, y nuestros ojos se habían acostumbrado a ver mejor. Al final del pasillo había otra escalera, pero esta era diferente: Era mas larga y giraba hacia la izquierda en la mitad, dibujando un ángulo recto. Pero lo que más nos impactó fue ver que las paredes estaban repletas de espadas y escudos, y también había antorchas como habíamos visto alguna vez en una película...
Íbamos subiendo las escaleras muy léntamente, con las linternas apuntando a aquellas armas que habíamos encontrado y cuando llegamos arriba íbamos ya sin aliento. El pasillo continuaba otro tramo en línea recta, pero con una diferencia: ¡al final se veía luz!
Comenzamos a dudar si deberíamos seguir adelante o darnos media vuelta porque ver una luz allí sí nos dio un poco de miedo, ya que nuestra fantasía comenzó a volar y a darnos malas ideas de lo que podríamos encontrar al llegar a aquel sitio iluminado. Pero una vez más, nuestra curiosidad pudo con todos nuestros temores y decidimos seguir.
A medida que nos íbamos acercando a la luz, empezamos a notar un olor extraño, como a humedad, que cada vez se iba haciendo mas intenso, al mismo tiempo que comenzamos a oir un tic-tic-tic..., como el goteo del agua, que se oía mas fuerte a cada paso que dábamos.
Quedaban unos diez metros para llegar a la luz, que claramente procedía de arriba, y que casi nos dejaba ver sin tener que usar las linternas, cuando nos encontramos con una puerta a nuestra izquierda. Era una puerta muy antigua, de madera, y con una ventanita en el centro con unos gruesos barrotes. -¡Una mazmorra! -Dijimos al mismo tiempo, y todos nos avalanzamos hacia la pequeña ventana para intentar ver dentro de la habitación.
Un olor muy fuerte salía por aquella ventanita. Con las linternas y empujándonos pudimos ver que había grandes telarañas y se veían cuerdas negras en las paredes. No, no eran cuerdas, ¡eran cadenas! ¡Y qué era eso que colgaba de esa cadena de allí! ¡Era un esque...!
-Chicos, ¿qué hacéis aquí?-, se oyó de repente una voz a nuestras espaldas, una voz que nos asustó pero que al mismo tiempo nos llenó de tranquilidad. Era nuestra profesora que había venido a buscarnos al ver que no habíamos vuelto después del recreo. (Segúramente algún niño nos vería atravesar la valla y fue a contárselo).
Un rato después, estábamos de nuevo en clase, y tras la regañina (que creo que no fue demasiado grande), la profesora, emocionada, nos contó que en aquellos tiempos, cuando se construían los castillos, se les hacían esos pasadizos secretos por si eran atacados y veían que podían perder la batalla, sus habitantes pudiesen escapar. Se decía que nuestro castillo no lo tenía, pero el día anterior los albañiles de la obra del colegio se habían encontrado sin querer esa abertura pero nadie había entrado todavía. Nadie excepto nosotros, claro. Y también nos explicó que la luz que se veía al final del túnel era la del Sol que entraba por el pozo del castillo, que era donde empezaba el pasadizo, y que estaba situado justo en el centro del patio.
Finalmente, como castigo para nosotros, nuestra maestra, guiñándonos un ojo, nos pidió que redactásemos un cuento durante las vacaciones en el que narrásemos la aventura que habíamos vivido.  ¡Y este es el mío!
Y así fue como aquel día casi consigo ver el castillo de mi pueblo. Bueno, otra vez será...
                                                                    FIN

Natalia Sánchez Jiménez. 6.B C.E.I.P. Isabel Esquivel. Mairena del Alcor. Sevilla.

¿Y si tu próximo jefe fuera una computadora?

Hace algunas semanas tuve la increíble oportunidad de exponer en la reunión sobre Trabajo del G-20 en Mendoza. Allí se reunieron los ministros y equipos de trabajo de ese área de las mayores potencias mundiales para discutir los desafíos laborales que la humanidad enfrentará en los próximos años.
La idea de que las computadoras y la inteligencia artificial amenazarán muchos de los trabajos actuales, que hasta hace tres años parecía una idea descabellada que solo unos pocos locos vaticinábamos, ahora aparecía omnipresente, casi como una certeza de lo que se avecina. Quizás las advertencias de figuras prominentes del mundo de la tecnología, como Bill Gates, Elon Musk y Mark Zuckerberg, o de dirigentes globales como Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, terminaron de instalar el mensaje en la agenda de los funcionarios. O tal vez haya sido por las noticias que aparecen con frecuencia creciente, sobre computadoras logrando realizar tareas más y más complejas con un nivel superior al de las personas que llevan hoy a cabo esas tareas. En cualquier caso, la preocupación era palpable.
El eje de mi exposición a los ministros del G-20 fue destacar que la manera de enfrentar este problema es dejar de ver a las máquinas como competencia y aprender a jugar en equipo con ellas. En algún sentido, disponer de una inteligencia artificial con capacidad sobrehumana para ciertos aspectos de tu labor actual es como decir que "Messi se sumará a jugar en tu equipo". ¿Para quién podría ser eso una mala noticia? Como Paulo Dybala se ocupó de mostrar, contar con Messi en tu alineación solo puede ser perjudicial para que el que está determinado a jugar en la misma posición que la estrella. A la vez, la escasez casi total de títulos en los 12 años que contamos con Lio muestra que no basta con un talento descollante en una sola posición para alcanzar resultados en una tarea de equipo.
Una de las áreas en las que las computadoras están alcanzando logros asombrosos es en la medicina, superando con creces el "ojo clínico" humano para diagnosticar enfermedades e indicar el tratamiento más apropiado para cada paciente, incluyendo información genética y una multiplicidad de datos individuales inmanejable para un cerebro humano.
¿Significa esto que los médicos van a desaparecer?
Bueno, eso habrá que preguntárselo a ellos. Si la mayoría se resiste a utilizar el conocimiento de las máquinas para realizar sus tareas y la disyuntiva para los pacientes es elegir entre un camino u otro, es muy posible que las computadoras ganen la batalla.
Si, por el contrario, se entusiasman con la idea de "jugar con Messi" y adoptan un lugar complementario, centrado en la conexión humana, y delegan el aspecto más técnico, no dudo que la mayoría elegiremos interactuar con médicos "centauros", resultantes de la combinación de los talentos humanos y la capacidad de las inteligencias artificiales.
Este desafío no es excluyente de los médicos. Disyuntivas similares seguramente se presenten en todas las profesiones actuales. Y las grandes barreras para esta transición serán el conocimiento tecnológico de la población y el ego.
¿Estás dispuesta/o a que una máquina sepa más que vos sobre aspectos claves de tu trabajo y te diga lo que tenés que hacer? En la respuesta a esta pregunta quizás resida la clave de tu éxito profesional futuro.

Por Santiago Bilinkis.  Para LA NACION.

lunes, 15 de octubre de 2018

15 de octubre, día mundial del Bastón Blanco

Es importante hacer un poco de historia para recordar cuales fueron los orígenes del bastón el cual hoy homenajeamos.
En el año 1925 la escritora y activista social estadounidense Hellen Keller conmocionó la Convención Anual de la Asociación de Leones al relatar las dificultades de las personas ciegas para transitar. Por eso en 1930 George Benham, presidente del Club de Leones de Illinois, diseñó un bastón blanco con extremo inferior rojo, que se hizo universal. Pero el bastón blanco que se usa en la actualidad fue creado en 1946 por el oftalmólogo Richard Hoover.
Todo se inició durante el siglo XX cuando se comenzó seriamente a tratar de proporcionar a las personas ciegas medios seguros y confiables para desplazarse independientemente. Las autoridades militares de Estados Unidos desarrollaron un proyecto para la rehabilitación de los ciegos de la Segunda Guerra Mundial en el hospital General de Valley Forge (Pensilvania). El director del reacondicionamiento físico, el sargento, más tarde teniente y luego famoso oftalmólogo Richard Hoover, observó a los hombres ciegos arrastrarse por los corredores con sus bastones de madera sin llegar a ninguna parte, y pensó que esos hombres no necesitaban un bastón que los sostuviera, sino más bien una antena receptora de mensajes.
Hoover y su equipo comenzaron las investigaciones, con palos más largos y livianos, hasta que construyeron el bastón prototipo y fijaron las técnicas, constituyendo lo que hoy es la base de los programas actuales de orientación y movilidad.
En el año 1965, en una reunión efectuada en Colombo-Ceylan (República de la India), el Consejo Mundial para Bienestar de los Ciegos estableció que todos los 15 de octubre se recuerde el Día Mundial del Bastón Blanco de Seguridad.
Sin embargo, es necesario precisar hoy, que en la República Argentina, existe una ley, la N° 25.682 que dice que se adopte, en todo el territorio de la República Argentina, como instrumento de orientación y movilidad para las personas con baja visión, el uso del bastón verde.
Esta ley fue sancionada el 27 de noviembre de 2002 y promulgada el 27 de diciembre del mismo año.
Dicha Ley menciona que el bastón verde tendrá iguales características en peso, longitud, empuñadura elástica, rebatibilidad y anilla fluorescente que los bastones blancos utilizados por las personas ciegas.
El bastón sea del color que fuese, se convierte en un símbolo de gran importancia, tanto para el individuo que lo porta como para su entorno.

Todos nosotros tenemos la gran responsabilidad de ser los difusores de cómo puede la sociedad ayudar a un ciego, sin olvidar el respeto y la tolerancia.

Prof. Amelia Domínguez

martes, 9 de octubre de 2018

El libro de arena, un relato corto de Borges

La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes… No, decididamente no es éste, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.
Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.
Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.
-Vendo biblias -me dijo.
No sin pedantería le contesté:
-En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.
Al cabo de un silencio me contestó:
-No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.
Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.
-Será del siglo diecinueve -observé.
-No sé. No lo he sabido nunca -fue la respuesta.
El libro de arenaLo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí.
En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:
-Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?
-No -me replicó.
Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:
-Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen principio ni fin.
Me pidió que buscara la primera hoja.
Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.
-Ahora busque el final.
También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:
-Esto no puede ser.
Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:
-No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita aceptan cualquier número.
Después, como si pensara en voz alta:
-Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.
Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:
-¿Usted es religioso, sin duda?
-Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.
Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.
-Y de Robbie Burns -corrigió.Mientras hablábamos, yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:
-¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?
-No. Se le ofrezco a usted -me replicó, y fijó una suma elevada.
Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos había urdido mi plan.
-Le propongo un canje -le dije-. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.
-A black letter Wiclif! -murmuró.
Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.
-Trato hecho -me dijo.
Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.
Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.
Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descalabrados de Las mil y una noches.
Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. En ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia.
No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía.
Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.
Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.
Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.
Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.
Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.

Receta de Sopa Paraguaya

https://youtu.be/VW35D4BZTuY