En Nashville, un coleccionista unió su pasión por la música y su vocación de zoólogo. "Las vueltas de la vida", me dijo George. Este verdadero personaje me recibió en la entrada de su negocio de Nashville, en el estado de Tennessee. Esta ciudad de 700.000 habitantes es la capital del estado, y fue considerada durante mucho tiempo la Atenas del Sur, por sus instituciones educativas y construcciones. Tal es así que para la celebración del centenario del estado se construyó una réplica exacta y a escala del Partenón ateniense, donde hoy, en su interior, se ve una copia de la estatua de Atenea Partenos, obra original del gran Fidias. También Nashville es una de las mecas de la industria de la música en los Estados Unidos (se dice que quien quiere ser actor va a Hollywood y quien quiere ser músico llega aquí), por lo cual se la denomina Music City.
Con una importante proliferación de compañías discográficas y famosos honky tonks, bares con música en vivo distribuidos la mayoría de ellos sobre la calle Broadway, es imposible escaparle al sonido, ya que no importa a qué hora del día uno camine por la ciudad siempre se va a encontrar con alguien, guitarra en mano, dando un show, ya sea en la calle, restaurante, bar u hotel. Esta ciudad es también el hogar de uno de los estudios de grabación míticos de la industria de la música: el Studio B de la compañía RCA. En este templo de la música grabaron algunos de los nombres más importantes de la industria, entre ellos dos gigantes: Elvis Presley y Johnny Cash. Por ende, no fue sorpresa cuando me dijeron que si me gustaba la música, lo tenía que conocer a George, que me esperó casi al filo del cierre de su tienda de guitarras. Se preguntarán qué tiene de especial esta tienda de guitarras en Nashville: todas pueden tener algo diferente, pero ninguna como la de George. Con una remera gastada, pantalones cargo, sandalias y el pelo atado en colita, George, zoólogo de vocación y estudio, posee una de las colecciones privadas de guitarras más importantes del mundo. Para completar su introducción, basta decir que Eric Clapton es uno de sus clientes vip, así que estaba expectante por lo que podía suceder... En las paredes no había un solo espacio vacío: el mundo de las cuerdas se veía casi totalmente representado, guitarras, bajos, banjos, mandolinas. Todo impecablemente colgado mediante soportes. Pero lo mejor estaba en el tercer piso. Aquí estaba su sacrosanto. Lo mejor de su colección se hallaba en esa pared. Y ni les quiero hablar de los precios de algunos de sus ítems, con guitarras valuadas en más de medio millón de dólares. Con devoción hablaba de cómo fue que una simple vuelta de la vida lo había llevado a comenzar hacía casi cincuenta años con su colección. De pequeño y ya un zoólogo en ciernes, llevaba todo tipo de alimañas a su casa.
Su madre y su padre, psiquiatras de profesión, le regalaron su primera guitarra tratando de que el niño dejara de convertir su casa en un zoológico, lo cual se plasmó en las paredes cargadas de cada instrumento que veía. Pero mientras me contaba esto se rio como un verdadero chiquillo y me invitó a pasar a su oficina. Aquí, entre más mandolinas, guitarras y banjos, George no se había olvidado de su primer amor: transformó este espacio en una gran colección herpetológica. En las paredes, en el piso, donde hubiera lugar, peceras de todos los tamaños contenían una muestra de algunas de las especies de serpientes más raras y exóticas del mundo, siendo la reina una inmensa boa constrictor que nos observaba seriamente desde el otro lado del cristal. El universo animal y el musical, conviviendo en Nashville, un lugar fascinante.
Nota de Iván de Pineda. LA NACION
(Procesado por Jorge Luis Icardi...)
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