jueves, 13 de octubre de 2016

KARAOKE EN NEPAL.

Karaoke en Nepal: Ínfulas de rockstars y un escenario que los convirtió en los reyes de la noche

Es muy gracioso cuando durante un viaje termino realizando algo que no pensaba hacer. Sobre todo cuando no es algo extraordinario o fuera de lo común, sino algo en lo que tal vez no participo mucho y que ayudó a cimentar una amistad. A veces las circunstancias en las cuales suceden estas cosas son increíblemente graciosas. Esto es así: hacía casi tres semanas que había dejado Buenos Aires para visitar diferentes ciudades del subcontinente indio y Nepal, todo a bordo de un auto. Jaipur, Udaipur, Agra, Delhi, Varanasi, Nagarkot, Sagarkot, Chitwan, Pokhara y Katmandu eran los puntos a unir. En cada ciudad india había alguien que, gentilmente, me recibiría para mostrarme los lugares únicos que se podían encontrar. No fue el caso de Nepal, donde iba a tener el agrado de compartir mi estadía con alguien de quien ya les he hablado anteriormente: Diwakar. Después de recorrer cientos de kilómetros juntos en un vehículo que podría considerarse desvencijado y con un conductor un poco distraído para las demandantes rutas nepalíes como Diwakar, hicimos nuestra entrada en el valle de Katmandu y en el principal centro urbano del país. Si bien habíamos estrechado lazos de amistad, habíamos intercambiado opiniones sobre las vida y sus vicisitudes, había conocido a su familia y sostenido a su hija menor, de casi un año, en mis brazos para contener su llanto, no podíamos considerarnos técnicamente amigos. Pero es increíble cómo ciertas afinidades o gustos acercan más a la gente que charlas largas, profundas y filosóficas sobre la vida. En la última noche, con mi equipo de trabajo, representantes de la oficina de turismo de Nepal y Diwakar salimos a comer a uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad, donde nos deleitamos con las especialidades regionales. La comida se desarrolló muy apaciblemente y durante los postres una de las chicas de la oficina de turismo sugirió ir a tomar algo, a lo cual accedimos yo, mi equipo de trabajo y Diwakar. Seis alegres individuos nos sumergimos en la vida nocturna de la ciudad para visitar algunos de los bares de moda concurridos por los jóvenes locales. Ingresamos en un par y recalamos en un tercero para una última copa. La música sonaba a todo volumen y el local estaba a medio llenar, con una mezcla pareja de montañistas extranjeros y sonrientes lugareños. Ya estábamos cansados y al otro día me enfrentaba a muchas horas de vuelo en mi regreso a la Argentina. Pero justo antes de tomar el envión y encarar hacia la salida una especie de maestro de ceremonias/DJ anunció que comenzaba el karaoke. Excusa ideal para volver al hotel. Error. El ecléctico grupete que se había formado recibió la noticia con una sorprendente alegría y para no ser catalogado de amargo, ante la insistencia de mis colegas, no pude más que acceder y participar de la movida. Ja ja ja. Perdonen que me ría, pero pasé de ser el aguafiestas al que más alentaba a la muchachada. A viva voz gritaba y sugería canciones, aplaudía y seguía arengando. La sorpresa llegó cuando un inesperado dueto tomo el escenario, con trago en mano y voces ya cascadas. Sí: nuevamente quien escribe y Diwakar. La elección: balada rockera ochentosa. Resultado: Lastimoso. Consecuencia: relación de amistad cimentada a base de incomprensibles palabras. Les juro que me sonaban como si fuésemos cantantes profesionales, miradas cómplices, algunas risas y la creencia de habernos convertido en verdaderos rockstars. Les aseguro que tuvieron que hacer fuerza para bajarnos del escenario. Fuimos por tan solo dos minutos los reyes de la noche.

Nota de Iván de Pineda. LA NACION.
(Procesado por Jorge Luis Icardi...)

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