En Zagreb, un lugar muestra testimonios y objetos de rupturas amorosas. En esta dirección se encuentran los recuerdos, objetos y las historias románticas que no han llegado a buen puerto. Todo ordenado de una manera metódica que muestra cómo el amor a veces llega a su fin. En este Museo de las Relaciones Rotas, de Zagreb, los creadores, Olinka y Drazen, han recolectado un sinfín de ejemplos tangibles de todo esto. En su momento planteada como una muestra itinerante, hoy cuenta con cientos de objetos. Pero antes de ingresar por sus puertas y recorrer virtualmente el museo hablemos un poco de la capital croata.
Zagreb es la ciudad más poblada y mas importante de Croacia. Ubicada estratégicamente en un verdadero cruce de caminos que comunican y unen los Alpes, el mar Adriático y Europa Central, en su momento eran dos ciudades diferentes: Gradec y Kaptol, las cuales rivalizaban por la supremacía local y sólo se ponían de acuerdo a la hora de hacer funcionar sus mercados. Una vez unidas crearon una de las ciudades más importantes de los Balcanes, dotada de una simple belleza y perfecta para recorrerla tanto a pie como a través de su extensa red de tranvías. Algunos de los lugares ideales a visitar son la iglesia de San Marco, la torre Lotrscak (del siglo XIII) y ni hablar de ir a tomar algo al famoso hotel Esplanade, construido para recibir a los pasajeros del mítico Orient Express, que unía París con Estambul y era lugar obligado de hospedaje para algunos de los nombres más resonantes (por motivos muy diferentes) del siglo XX, como Charles Lindbergh, Sophia Loren, Orson Welles o Leonid Brézhnev.
Con un clima mediterráneo que realmente se agradece, sobre todo en el final de la primavera y comienzo del verano, es la puerta de entrada a un país que tiene montañas, muchas playas, rica cultura (en Pula se encuentra unos de los coliseos romanos mejor conservados del mundo) y que brinda la oportunidad de despertarse temprano y salir con perros a buscar trufas en los bosques o deleitarse con el aceite de oliva local.
Dicho esto, ingresamos a este museo, muy diferente de muchos que he recorrido. Aquí todo gira en torno al desamor. Pero no se imaginen algo tétrico o lúgubre, más bien hay un cierto dejo de nostalgia y sentiremos sobre todo una auténtica curiosidad personal para descubrir lo que hay detrás de los objetos, que son los protagonistas. Estos destacan de los muros y luces blancas del recinto y se yerguen solitariamente invitándonos a conocerlos. Podremos ver desde simples cartas de amor, viejas fotos de momentos compartidos y simpáticos peluches hasta fallidos vestidos de novia con sus correspondientes ramos que nunca fueron lanzados, pasando por una variedad un poco más salvaje de cosas para ver: objetos eróticos, entre los cuales hay piezas de lencería, esposas, disfraces y un rango de cosas que esta casta columna no podría poner por escrito. Al preguntarles a los chicos que trabajan aquí qué se siente al interactuar con el espacio y la colección paradójicamente veremos la alegría que tienen de pertenecer al staff del museo. Porque más allá de ser testigos del quiebre y ruptura de relaciones, de desengaños y desencuentros, el amor, dicen, todo lo puede. Dispuestos, cuentan cómo muchos de los que han donado los ítems que forman parte de la colección días, meses o años más tarde escriben para agradecer esta especie de expiación, felices por haber superado estas duras pruebas. Y como un gran Ave Fénix, de fallidos amores renacen grandes pasiones.
Nota de Iván de Pineda. LA NACION
10 de octubre de 2016.
Procesado por Jorge Luis Icardi
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