Teresa se levantaba todas las mañanas y lo primero que hacía
era ir a ver la plantita que tenía en la ventana de la cocina. Le ponía agua, removía la tierra,
lustraba sus hojas, pero la plantita no se ponía linda, sino al contrario, cada
vez estaba más amarilla y caída. Lo comentó con las vecinas y una le dijo que
tenía que hablar a su planta. Desde entonces agregó largas conversaciones a la
rutina diaria del cuidado; ¡hasta llegó a explicarle las recetas de la comida
que preparaba! Pero nada El almacenero
le dijo que tenía que poner media aspirina en la tierra, y también lo hizo. Por
fin, se dio por vencida, la puso en el rincón más alejado del patio y, con el
tiempo se olvidó que estaba ahí. Se fue de vacaciones, pasaron varios días y, a
la vuelta, encontró una hermosa planta en el lugar donde había dejado la plantita
medio muerta. Como una vecina había regado sus plantas y le había dado de comer
al gato, ella creyó que se trataba de un regalito, que había dejado esta
señora.
Pero, al mirar bien,
reconoció el masetero y el inconfundible tallo de su vieja plantita. Comprendió
algo muy importante: no se trataba de identificar los cuidados, ni de hablar,
ni de poner aspirinas…se trataba de que la planta estuviera en el lugar
apropiado donde crecer.
El lugar de esa
plantita no era donde ella quería sino en el rincón alejado del patío que,
aunque no era de su gusto, es lo que la planta necesitaba.
Para ser capaz de
dar la libertad a los hijos, a los alumnos, a los empleados, o a cualquier persona
que dependa de uno,, esa mentalidad hay que cultivarla desde pequeño; difícilmente
puede aprender algo tan importante cuando uno ya tiene su vida hecha.
Autores: María Inés Casalá
y Juan Carlos Pisano.
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