En el medio del desierto, cerca de la cadena de montañas que
se pueden avistar desde la ciudad, se encuentra una construcción de los más
peculiar: Mistery Castle ( algo así como el Castillo del Misterio), en Phoenix,
Arizona.
No sólo su ubicación lo vuelve particular. Su construcción e
historia lo envuelven en un halo de tristeza, nostalgia y superación.
Boyce Luther Gulley vivía en la ciudad de Seattle, en el
noroeste del país, junto con su familia. Según cuenta la historia, él solía
llevar a su hija Mary Lou a la playa cercana a su hogar, en la cual se
dedicaban a construir juntos castillos de arena en la orilla del agua.
Lógicamente, estos castillos eran destruidos por la fuerza
de las olas y la marea ante la desolada mirada de Mary Lou, que veía cómo se
desvanecía la creación ante sus ojos. Por ello, su padre le prometió que un día
le construiría uno indestructible.Como si fuera un destino predeterminado, a Boyce le detectan tuberculosis. En esas condiciones y frente al dolor suyo y de su familia, decide dejar ese mismo día su casa para no volver y establecerse solo en un lugar alejado, y de este modo no ver a nadie nunca más.
Corre el año 1929, año de comienzo de la gran depresión
económica del país y este solitario hombre cruza parte de los Estados Unidos,
de una de las regiones con más precipitaciones a una de las áridas y secas para
establecerse en el sur norteamericano y crear su sueño.
Mientras estoy parado en una de las terrazas del castillo,
no puedo más que admirar el ingenio y tesón de este hombre.Claro, son las 11 de la mañana y la temperatura ya está en casi 40 grados. El viento de la zona es tórrido, pesado y esquivo. Para mí ya corre el año 2016 y no paro de pensar cómo este hombre construyó solo, con sus manos y hace más de ochenta años esta ecléctica y multifacética muestra de amor.
La superficie del castillo es de aproximadamente 8000 metros cuadrados, pero lo que más llama la atención son los innumerables detalles en los pisos, muros y paredes, producto de la gran gama de materiales que utilizó.
Imagínense que llegó aquí, al pie de la ladera, y no había absolutamente nada. Se construyó una pequeña y rústica habitación, sin luz ni agua corriente, y ese fue el punto de partida.
Gracias a la utilización de rocas del lugar, botellas usadas y recicladas, pedazos de acero, cerámica, azulejos y un sinfín más de materiales, fue de a poco realizando su promesa.
Los locales, sorprendidos por la gesta de este hombre, le acercaban elementos para que pudiera finalizar su obra y visión.
Realmente tiene algo de onírico el lugar, lleno de recovecos y escaleras, de estancias y habitaciones. Uno se puede perder fácilmente en este laberíntico diseño.
Quince años de arduos días de trabajo pasaron. De sudor y lágrimas. De alegrías y esperanzas.
Un telegrama y un abogado llegan a la ciudad de Seattle comunicando la muerte de Boyce y haciendo propietaria a su hija del prometido y añorado castillo.
Mary Lou vivió aquí el resto de su vida y se transformó en la reina de E. Mineral Road, la calle donde está situado el castillo. Ella les abrió las puertas a todos aquellos que quisieran escuchar la historia de su padre y del lugar.
Y mientras sigo parado en la terraza pienso en los pormenores de esta historia: tristeza, abandono, sueños y tal vez redención. Y no puedo más que dejarme llevar por melancólicos pensamientos.n
Iván de Pineda. LA
NACION
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