martes, 30 de enero de 2018

La gran vida en Nassau

Una cava con 250.000 vinos, el sueño cumplido de un bon vivant italiano.

Bajar por una pequeña escalera y descubrir una cava privada que cuenta con una colección de unas 250.000 botellas de vino ya es algo. Recorrer sus pequeños pasillos y llenarse la vista con las etiquetas más importantes del mundo, también.
Gracias a un cálculo matemático uno se da cuenta de que es imposible consumir estas botellas en una vida: a razón de una botella por día tardaríamos casi 650 años en agotar el stock.
A eso cabe agregar que la propiedad en donde se encuentra la cava sea tal vez uno de los mejores ejemplos de casas conservadas del centro de Nassau (un verdadero patrimonio histórico).

Cuál es la primera pregunta que a uno se le viene a la cabeza: ¿quién es el dueño de todo esto?
Pues muy bien, conozcan a Enrico Garzaroli, italiano de nacimiento y bon vivant por elección. Su historia en estos parajes se remonta a cuatro décadas en el tiempo.
Como buen amante de la navegación, llegó a estas islas persiguiendo un mar turquesa, un buen viento soplando por barlovento y la libertad del sol y la sal pegando en la cara.
Un buen amigo suyo lo esperaba en puerto para mostrarle las beldades de este lugar y hacer placentera su estada en tierra firme. De esta manera se encuentra una noche participando de una cena organizada por lady Dudley, propietaria de Graycliff. Entre copas y cigarros se tocaban los temas más variados esa noche: la actualidad de la economía, la realidad de la política mundial y algunos temas más mundanos.
En un momento de la noche la anfitriona mira fijamente a mi anfitrión en el presente y con una seguridad pasmosa le dice que está segura de que él va a ser el próximo dueño de la casa. A lo cual Enrico responde, ayudado por el coraje de unas copas de buen brandy, que es así y que cuando ella desee vender la propiedad no tiene más que contactarlo.
Pegamos un salto hacia el futuro y nos imaginamos a Enrico en su casa en la campiña italiana levantando el auricular del teléfono que suena.
-Enrico, cómo va. ¿Te acordás de esa noche en Nassau hace ya tiempo, de la casa y su dueña?
-Sí, sí, por supuesto. Gran noche, qué manera de ingerir alcohol, por Dios...
-¿Puede ser que le hayas prometido a lady Dudley que le ibas a comprar la casa cuando ella quisiera?
-Ehh... Tal vez.
- Bueno, está en venta y tengo la escritura para firmar.
De esta fortuita manera se hizo acreedor de la propiedad en la que no sólo vive y tiene un lindísimo hotel, también le agregó una fábrica de chocolates y una casa de armado de cigarros de gran vitola.

Hablar con él es como hacerlo con una persona que ha vivido cien vidas de una sola manera, como un verdadero epicúreo de la vida. Él es de esas personas que tienen como finalidad dejarse llevar con donaire por los derroteros de la vida y tratar de disfrutar al máximo de las oportunidades que se presenten. Por eso se le ve la cara de orgullo cuando me hace detener frente a una serie de estantes con botellas protegidas por un grueso cristal y un ancho candado.
Dentro, y en exhibición, se encuentra su pequeña colección dentro de su vastísima colección. Son las preferidas entre sus preferidas.
 Aquellas que pertenecen a añadas únicas e irrepetibles. Aquellas que un verdadero conocedor daría cualquier cosa por probar. Las tiene reservadas, me cuenta, para un momento mágico. Aquel que anuncie el crepúsculo de la vida. Ahí juntará a sus afectos más cercanos y organizará una verdadera bacanal como Dios manda.

Fuente: Iván de Pineda, para Revista La Nación, Buenos Aires, Argentina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario